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La hora de la verdad

17 de Febrero del 2015 - Julio L. Bueno de las Heras (Oviedo)

Circula por la red, con fuente y eco en la prensa escrita, “Mediocres”, un reciente artículo de Antonio Fraguas de Pablos (Forges) que muchos quisieran (mos) haber sabido y podido escribir. Como hace justamente tres años se atribuyó a Forges una variación sobre el mismo tema –“El triunfo de los mediocres”–, un no menos incisivo artículo de otro conocido periodista y escritor injustamente expoliado por terceros, he querido comprobar que el artículo arriba citado –“Mediocres”– es realmente de Forges. Parece ser que lo es. O no. Así que sigo.

Bien saben ustedes que Forges es un intelectual que se ha conseguido a pulso el carné de tal, que ha creado un estilo de pensamiento y expresión imitado pero inimitable. No nos damos cuenta, pero pocos pueden –quieran o no– evitar en la comunicación coloquial, e incluso en la erudita, alguno de los geniales e inmarcesibles recursos lingüísticos embutidos en sus no menos personalísimas salchichas y morcillas. Forges ha influido como pocos en los códigos comunicativos de varias generaciones, entre ellas en la del que esto suscribe, que ha atesorado durante décadas unas antologías forgianas sin las que sería imposible tener una idea cabal de lo que ha sido toda una época en la historia reciente de este país. O sea.

Confieso que de antiguo he sentido debilidad por los patéticos a fuer de reiterativos personajes de Forges y que, ocasionalmente, durante lustros, he llegado a imitar sus forgendros para ilustrar con venia docendi, patente de corso y garantía de gracieta –y cierta impunidad oportunista– algunas mediocres ocurrencias en escenarios infinitamente más restringidos que los del maestro. Sin embargo, en la subliminal y no menos reiterativa ostento-detentación de superioridad moral de Forges siempre ha habido algo que me ha irritado y, ocasionalmente, hastiado; suponía yo que en el contexto de esa consabida relación de amor-odio de todo lector con algunos de sus autores preferidos.

Por confesión de parte, acabo de descubrir dolorosamente la razón. O, al menos, una de las razones del recelo.

Si lo han leído lo sabrán, y si no les recomiendo que lo lean. Porque el mencionado “Mediocres” es merecida, certera e inmisericorde patada en la boca del estómago de los españoles, señoritos malcriados, nuevos ricos en crisis, tan celosos de nuestros derechos como siempre dispuestos a externalizar nuestras responsabilidades, buscando en otros –desde la Merkel a los Reyes Católicos– las culpas de lo que sólo son consecuencias fatalmente determinísticas de nuestra mediocridad.

Al margen de este certero diagnóstico, que intelectualmente obliga a ser compartido, la clave de mi caída del caballo está en el arranque del artículo, donde Forges se confiesa. O donde Forges comete el desliz de decir más de lo que querría haber dicho:

“Quienes me conocen”, escribe Forges, “saben de mis credos e idearios. Por encima de éstos, creo que ha llegado la hora de ser sincero. Es de todo punto necesario hacer un profundo y sincero ejercicio de autocrítica, tomando, sin que sirva de precedente, la seriedad por bandera”.

¿Lo han cogido, eh?

Pues les acompaño en el sentimiento.

Julio L. Bueno de las Heras

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