Un paisano sin par
El fingido periodista Gregorio Morán nos acaba de abrumar con un libro de 826 páginas y en él, como suele, tira a dar contra gente famosa, entre ellos nuestro paisano el simpar (sic) Víctor García de la Concha (LNE del pasado 15). No será éste el último coletazo de la tormenta en un vaso de agua provocada por el libro "El cura y los mandarines". Dicho sea de paso, no es elogio cicatero calificar de sin par al paisano Víctor García de la Concha en un Principado donde, además de don Pelayo, la reina Letizia y Fernando Alonso, tenemos a Javier Fernández, a Fernández Villa, a Víctor Manuel, a Álvarez-Cascos. Y hasta al entrañable Masip y al discretísimo Ovidio Sánchez. Por citar sólo lo más a mano y no alargarse con un etcétera a tope de excelencias.
Pero sigamos leyendo en LNE del 15. En medio de su aplastante despliegue de datos, obtenidos seguro en hemerotecas y cloacas, hay muchísimas mentiras, descalificaciones e infundios. ¿Hemerotecas y cloacas? No perdamos de vista que la verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero. Aparte de que Agamenón puede ser puerco, y su porquero, pulcro y aseado. Distingamos datos y opiniones. Para dato, el de Agustín García Simón en la página 774 del libro comentado: Siendo yo secretario del Premio de Castilla y León de las Letras, en los primeros ochenta, advertí con candor de bisoño que echaba en falta nombres tan importantes como el de José Jiménez Lozano. Don Víctor García de la Concha se engalló al mirarme, con ostensible estiramiento, e insinuando una perdonadora sonrisa, me dijo: "Joven, aquí hemos venido a hablar de literatura". Hasta aquí el dato; ahora la opinión: Para ponerse a la altura de Jiménez Lozano, el académico sin par necesitaría una escalera muy grande. De la que siempre dispone porque cuenta con un cuerpo de bomberos voluntarios a los que ha ido diciendo, uno por uno, "tú tenías que estar en la Academia".
Otro dato lo descubre la parte contratante. El libro no se publica porque García de la Concha es un colaborador muy eficaz de Planeta. Dato susceptible de inquietar a la opinión: ¿cuánto pesa esa gravitación entre satélite y planeta? ¿Es proporcional a las masas e inversamente proporcional al cuadrado de las distancias? ¿Se guardan las debidas? ¿O trátase de una colaboración gratis et amore? En cuyo caso, más que de gravedad, lo propio sería hablar de levitación. Como la Santa de Ávila. Se puede creer. Pero más fácil es creer que si el Rey le dio el Toisón, el vellocino de oro lo recibe de Planeta. ¿Oro de ley? That is the question. En principio, las responsabilidades de Estado (la Academia y el Cervantes lo son) imponen cortapisas para los negocios privados. En principio. A lo mejor tiene bula el paisano sin par. Será por serlo.
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