Así ¡tampoco!

8 de Diciembre del 2008 - Benigno García García (El Franco)

El 2 de diciembre de 2008, el señor Cuesta, don Javier, nos enjareta un artículo en LA NUEVA ESPAÑA, cuando menos contradictorio. Nada menos, que este frustrado obispo, aconseja a la Conferencia Espiscopal que pida al Gobierno que quite los crucifijos de las instituciones públicas.

Se muestra partidario del acuerdo para tal fin y en lugar de un «no» ante el acoso y derribo de los cristofóbicos, que son legión, unas veces por ignorancia, otras por «doium fidei», que son expresión más sibilina llaman «laicismo», este pseudoprogre parece justificarlos, quiere suavizar asperezas, se apunta a la prudencia, a la flexibilidad, al pacto, al diálogo, al arreglo vía «síndrome de Estocolmo». Es lo propio de un funcionario de curia capaz de renunciar a lo ideal por salvar lo posible.

Si Jesucristo hace 2000 años se hubiera apuntado a la prudencia y a la tolerancia terapéutica del señor Cuesta, habría evitado el desenlace de la Cruz y habría tenido más tiempo y más oportunidades para seguir predicando al pueblo y haciendo más bien. Hasta puede que Pilato le hubiera concedido una audiencia y le designase un guardaespaldas. Fue un imprudente.

No me cabe en la cabeza que este fino y profundo teólogo olvide que en Jesucristo el amor fue militante y subversivo, y que por eso lo crucificaron y como tal puso de manifiesto lo absurdo de todas las sabidurías políticas y religiosas de su tiempo y de todos los tiempos, mostrando y demostrando destinos inexorables de libertad, de creación, de vida, de amor... y de esperanza, que el crucifijo nos sigue recordando; unos lo vemos como el Dios-Hombre, Palabra de sentido y de esperanza, los que no tengan fe, bien pueden respetarlo como alguien que amó a los más desvalidos y motivó la mayor humanización de la Historia. ¿Qué quieren en su lugar? ¿Al monstruoso ídolo hegeliano llamado Estado, gobernado por el «progresista» que a tenor de la experiencia, es el que se equivoca siempre y nunca lo admite?

Señor Cuesta, no convirtamos el crucifijo sólo en alhaja para cuando nuestros jerarcas se lo ponen todo para acompañar a la nobleza o para adorno en nuestros dormitorios. ¡Por favor! Tolerar, sí; claudicar, ceder, rendirse, acojonarse y someterse no. No confundamos «el culo con las témporas», ni «la gimnasia con la magnesia».

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