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La cebra y el león

23 de Febrero del 2015 - José Luis Peira García (Oviedo)

Hace un tiempo, por motivos que no vienen al caso presencie una cena ofrecida por un rector universitario a su círculo cinegético. El evento, al que asistían jueces, borbones, militares de alta graduación, políticos, algún obispo, en fin... no se privó de un espectáculo durante la pitanza que incluía un grupo de góspel, bailarinas de oriental antes de que discursos y galardones varios culminaran el acto.

Ante aquel panorama no pude evitar una reflexión que aún hoy resumo en pocas frases que se me hacen en cierta medida caballo de batalla y es más o menos lo que sigue; Ese personal, configura aproximadamente el cuadro dirigente de esta sociedad y, por muy buena disposición que quisieran tener, lo cierto es que sus problemas están muy alejados por término medio de los nuestros, de la infantería ciudadana. Uno vive en un barrio alejado del centro y alargar unas pocas paradas más la línea de bus le supone cuarenta minutos más de sueño por día, el alumbrado público de tu calle es deficiente y la inquietud al caer la tarde puede no ser evitable, un colegio con las pistas deportivas deterioradas supone que tu hijo no practicará deporte en condiciones, la asistencia a domicilio de un anciano puede aliviar muchas incomodidades a él y su entorno y, desafortunadamente, parece que esos cuadros decisorios navegan alejados de esos pormenores, son pequeñas cifras no priorizadas de unos dramas que ni siquiera suponen y, sin embargo, son la vida de muchos. Por esa razón cuestan tanto los logros que nos afectan directamente.

Pensemos en la alta clase política: tenemos como 220 congresistas, por resumir, otros tantos senadores, no sé cuantos eurodiputados y algún otro que se nos pasa. Hablamos de seiscientas o setecientas personas, con sus teléfonos gratis, sus dietas, sus cenas de trabajo, sus pasajes de avión en primera, sus secretarias, sus invitaciones a cacerías y su posibilidad de administrar sinecuras a allegados. Sería de tontos concluir que el gasto de esos centenares suponga la solución de la crisis, pero son esos privilegios en los que viven los que les hacen ineficientes para nuestro interés. Para la mayoría de ellos sólo existe su carrera política, es un oficio, algunos están adscritos a un escaño desde que se reinstauró la democracia, capeando avatares de toda índole, otros saltan del congreso al senado para acabar en ese cementerio de elefantes de Bruselas y así. Y desconocemos su nombre, su cara, no digamos sus ideas, sus capacidades, su intención.

Para ellos, para casi todos ellos, sus rivales no se ubican en el partido contrario, sino entre sus propias filas, ya que si se van muy atrás en las listas pueden no lograr plaza; no es lo mismo estar colocado el treinta y cuatro del rubro que el noventa y siete. De manera que se puede aplicar la cruel máxima de la estepa africana en la que una cebra, para sobrevivir, no debe correr más que el león, sino más que otra cebra. Sus esfuerzos, no nos confundamos, se centran más, mucho más, en los pasillos del propio partido, dando codazos y lametones donde se requiera que en los escaños que después el pueblo les otorga. Se trata de salir en la foto, nada más.

Y es de esa gente de la que esperamos, en gran medida, que nos tomen en cuenta para colocar una farola en la calle oscura, un turno de guardia completo en la maternidad, un jefe de maniobras no pasado de horas en el aeropuerto o un profesor de refuerzo para los más atrasados en matemáticas.

Y ahora piensen si no merece la pena dar unos gritos, siquiera unos ratos a la semana y acaso aburrir un poco a los conocidos tratando de contaminar de estas y otras cosas a sus cabezas, quizás aletargadas, quizás.

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