La amargura posvacacional
Miles de personas regresan de sus vacaciones rumiando el comienzo de su trabajo y la puesta a punto en su vida cotidiana. ¡Se acabó lo bueno! Piensan muchos. En efecto, tras el paréntesis vacacional, nos encontramos con las obligaciones laborales (¡y familiares!) con un estilo de vida muy peculiar. La vuelta al trabajo y todo lo que conlleva (prisas, atascos, el reencuentro con los semáforos, el desafecto urbano, ruidos, presiones laborales, cansancio, reuniones, responsabilidades, burocracia, horarios, reuniones, viajes, competitividad, frustraciones, conflictos interpersonales, estrés, etcétera), se hace a veces difícil y ello conduce, en sujetos especialmente predispuestos, a determinadas alteraciones de la personalidad (irritabilidad, frustración, apatía, déficit de atención y de motivación, tristeza, desesperanza, desánimo, abatimiento, desgana, desmoralización, inseguridad, cansancio físico y psíquico), que configuran el «síndrome posvacacional».
Estas perturbaciones pueden ser importantes en individuos vulnerables (neuróticos, perfeccionistas, inseguros, obsesivos, hipersensibles, etcétera), además, hay que tener en cuenta que muchas personas tienen un alto porcentaje de insatisfacción en el trabajo, lo cual facilita también la aparición de esa conducta perturbada (irritabilidad, hipersensibilidad e insomnio). Además, un trabajo impersonal, frustrante, rutinario y alienante que impide el desarrollo personal, la autorrealización y un estilo de vida armonioso y satisfactorio facilita también la aparición de este síndrome. Asimismo, las deseadas vacaciones también se han podido convertir en una gran frustración que hace al sujeto mucho más vulnerable. En efecto, la incapacidad de divertirse o de disfrutar, el abuso del alcohol y del tabaco, los gastos económicos, los ruidos, el calor, el tráfico en las carreteras, el hacinamiento en las playas, los cambios en los hábitos dietéticos y las previsibles intoxicaciones alimentarias producen paradójicamente un «estrés vacacional».
El elixir vacacional. Por eso, las expectativas de felicidad fallan y el «elixir» vacaciones (antídoto del estrés) se va derritiendo como el hielo que acompaña a nuestro refresco al borde de la piscina o en la playa. Este cambio de ritmo, esta nueva situación, genera un clima de readaptación que en sí mismo no estructura ningún cuadro clínico específico, pero que en una persona vulnerable puede cristalizar en un síndrome depresivo. Súbitamente, se cierra el descanso del espíritu y nos encontramos con la cruda realidad: la carretera, la subida de las facturas, los gastos de la tarjeta de crédito, los colegios, las tareas del hogar, el teléfono, la rutina. ¿Qué sucede al final de las vacaciones? ¿Qué ocurre al volver a empezar la dinámica familiar y laboral? ¿Qué pasa al reanudar el trabajo? Sin duda, hay muchas personas que sienten un intenso malestar psíquico e, incluso, necesitan algún tipo de tratamiento para hacer frente a sus numerosos y variados síntomas: hastío, inapetencia, disminución de la libido, fatiga, abulia, anhedonia, anorexia, insomnio, pesadillas, nerviosismo, cefaleas tensionales, etcétera. Este «poner los pies en el suelo» moviliza en el organismo los más variados mecanismos de adaptación acompañados de sentimientos contradictorios que se combinan de modo idiosincrásico, de forma tan peculiar y personal como las propias huellas digitales. Cuando me preguntan ¿qué tal de vacaciones?, la respuesta fácilmente se adivina, ¡lo he pasado genial! ¡Qué poco han durado! Desgraciadamente, muchas veces este tipo de respuestas «niega» la auténtica realidad (viaje dificultoso, hotel sin las instalaciones previstas, incomodidades, masificación, discusiones en la familia, problemas con la agencia de viajes, gastos imprevistos, enfermedades, etcétera).
El síndrome posvacacional. En todo caso, el «síndrome posvacacional» depende mucho de las expectativas laborales con las que se retoma el trabajo. Cuando la experiencia ha sido ingrata y áspera, cuando el nivel de satisfacción y cumplimiento de expectativas es escaso, el esfuerzo adaptativo es mayor y, en consecuencia, pueden aparecer ciertos disturbios psicológicos (estados de ansiedad, trastornos del sueño, problemas gastrointestinales o estados depresivos). Por el contrario, si somos capaces de dar sentido y valor a cada una de nuestras pequeñas acciones, podemos neutralizar el síndrome. El síndrome se prolonga un período de tiempo aproximado de quince días en el que el trabajador/a experimenta este tipo de molestias psíquicas que en modo alguno se debe de minimizar y que, por el contrario, exige respuestas terapéuticas eficaces. De lo contrario, este malestar psíquico y físico podría cristalizar posteriormente en una entidad clínica. No es baladí, por lo tanto, pensar y desarrollar programas terapéuticos específicos en las empresas, capaces de neutralizar el síndrome «posvacacional». Sin duda, el mayor patrimonio de una empresa y/o institución es el «capital humano» y esto lo saben muy bien las empresas de vanguardia, que tratan de «mimar» el personal y conseguir el mayor índice de satisfacción personal, de calidad de vida y, naturalmente, de productividad. Y, ciertamente, en el contexto actual de la crisis, el «síndrome posvacacional» puede ser aún más crítico.
Así pues, es necesario inmunizarnos frente a este tipo de molestias, procurando que los primeros días de vuelta al trabajo sean muy agradables, evitando el atasco monumental de proyectos y trabajos adicionales, eliminando reacciones contraproducentes como el enfado o las ideas victimistas, manteniendo una plena conciencia sobre la situación, introduciendo cambios progresivos en el ritmo y en el rendimiento laboral, superando el colapso de los primeros días del trabajo y fortaleciendo un pensamiento positivo con relación al trabajo (¡que lo hay!, ¡sobre todo este año con las altísimas cifras de paro!), evitando diálogos internos negativos que debilitan nuestro sistema nervioso y facilitan este síndrome. Debemos ralentizar nuestro ritmo de trabajo (¡siempre es posible introducir algún pequeño cambio!) para volcarnos más en nosotros mismos (en nuestro descanso) y en nuestra familia, consiguiendo, de esa forma, un mayor grado de autoestima.
Nuevos retos y nuevas sensaciones. Descubrir nuevos estilos de vida compatibles con la salud, la familia y el trabajo, es esencial para inmunizarnos frente a esta exigencia y el estrés en general. Practicar algún ejercicio de relajación, controlar la respiración, potenciar el autorrefuerzo, incrementar las actividades lúdicas, procurar más comunicación afectiva, trabajar en equipo y mejorar la capacidad de organización y de gratificación son algunas estrategias que nos permiten escapar de la telaraña del estrés posvacacional. Sin duda, volver al trabajo no es una «catástrofe»; nuevos retos, nuevas experiencias agradables, nuevas sensaciones nos esperan para conseguir un mayor grado de felicidad y de realización personal. Debemos, por lo tanto, ser capaces de superar este pequeño «duelo» generado por la pérdida del encanto (de la playa, del campo, etcétera) que ha supuesto el período vacacional, cuando éste ha sido bueno. Todos necesitamos un período de readaptación que es estrictamente personal. Por eso es conveniente no tratar de ponernos al día en los primeros momentos de nuestra vuelta al trabajo, tratando de dar respuesta a todos los problemas pendientes. Es interesante mantener y potenciar (siempre es posible) algunas de las actividades realizadas en el período vacacional (paseos, tertulias, juegos, relaciones sociales, etcétera).
Finalmente, hay que evitar la cronificación de la reactividad emocional que podemos sufrir en la vuelta al trabajo (tristeza, melancolía y desánimo). José Saramago escribía en su «Ensayo sobre la ceguera» que lo que diferencia al hombre de los animales es la esperanza. Pues bien, refugiarse en la ilusión de lo que el enigma del mañana nos pueda deparar anula este síndrome. El mejor antidepresivo es un proyecto vital coherente apoyado en el amor, el trabajo y la cultura. Interiorizar mentalmente el medicamento de la «esperanza» es básico para conseguir que siga mereciendo la pena hacer de cada día un «gozo sagrado». Sin duda, un medicamento eficaz, gratuito, sin efectos secundarios y al alcance de todos. ¡Utilicemos ese fármaco!... Por otra parte, ser consciente de tener (¡y disfrutar de un trabajo!) y valorar lo que tenemos y sentir las múltiples sensaciones agradables constituyen el mejor antídoto frente a esta nueva amenaza; quizá de esa manera no volvamos a decir, cuando regresemos al trabajo, «un día más». Así, pues, este síndrome es como un terrón de azúcar que se diluye con rapidez. Entonces el trabajo, en vez de obstáculo, se convierte en un medio más para acariciar la felicidad, mejorar el bienestar y reforzar la salud.
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