El amigo saudí
El pasado 10 de enero, en la ciudad de Yeda, las fuerzas de seguridad saudíes administraron a Raef Badaui cincuenta latigazos, a cuenta de los mil que le impuso un tribunal, además de una prisión de diez años, por crear en internet la Red Liberal Saudí; se le acusa de insultar al Islam y de criticar a la policía moral del reino. Entre la condena y los primeros latigazos mediaron cuatro meses, lapso bastante para que el amigo americano o el español pudieran haber intercedido por el penado.
A principios del siglo XX, el jefe político y religioso de la secta islámica wahhabita, Abdelacid Ibn Saud, tras conquistar los reinos de Neij y de Hedjaz, unificó, con otros tres emiratos, y con el permiso de Inglaterra, gran parte de la península Arábiga, y en 1932 logra la independencia como Arabia Saudí; ya en 1938 la americana Standard Oil Co. empieza a extraer crudo y, en 1990, en tiempos del rey Faud, se firma un acuerdo militar con EE UU y el establecimiento de bases militares desde donde atacar a sus hermanos de raza o religión. También en dicha década los EE UU, para neutralizar la influencia rusa y el laicismo egipcio, impulsan el islamismo, transformando el panarabismo nasseriano en el panislamismo saudí; el país es el tercer productor y de reservas de petróleo del mundo y reparte sus pingües beneficios, 50/50, entre la Standard Oil Co. y la corte saudí, que cuenta con personas entre las más ricas del mundo, pero con escasa protección laboral. El régimen es una monarquía absoluta que se rige por la ley islámica; sus ministros y miembros del consejo consultivo son elegidos por el rey entre su familia y los grandes jeques y notables.
La paradoja, a la que ya estamos acostumbrados, es que el extremo Occidente y sus aliados europeos protejan las dictaduras feudales e islámicas radicales de sus aliados saudíes y del Golfo y combatan las de los estados insumisos –islamistas o no– para imponerles la democracia a golpe de misil y de ocupación. Es el paradigma del doble rasero.
La íntima amistad de EE UU y de España –que hasta ayer aceptó regalos saudíes– con el régimen saudí se ha confirmado recientemente por la asistencia de Barack Obama y de don Juan Carlos de Borbón a las exequias del rey Abdalá, sucesor de Fahd y antecesor de Salmán.
Otro hecho que incide en esa doble moral es que Occidente defienda vigorosamente la libertad de expresión (y las despectivas viñetas sobre el Corán) y el respeto a los derechos humanos en Europa, y no abra la boca por la mencionada condena de Raef por delito de expresión, De la condena, sobrecoge la crueldad de castigar con mil latigazos, a 50 por sesión, con flagelos que no serán de seda, sino de material lacerante y que dejarán el torso del penado despellejado, si no con costillas rotas, y que cuando las heridas aún no estén curadas, a los dos o tres meses, se le administrarán otros cincuenta latigazos y así hasta veinte veces, de forma que durante buena parte de su condena el penado estará sufriendo lo indecible, física y moralmente, por causa de esa crueldad extrema de la teocracía saudí, nuestros amigos.
José María Izquierdo Ruiz
Oviedo
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