En la tele hay demasiados orgasmos
Son aproximadamente las cinco de la tarde de uno de estos sábados últimos. Enciendo la televisión con la idea de ver un determinado canal en el que, según anuncia la programación del periódico, deberían estar poniendo una película que me parecía interesante. Pero al encenderse la imagen, antes de que me diese tiempo a apretar en el mando el número de la emisora que deseaba sintonizar, apareció en la pantalla y en el sonido una mujer joven gimiendo con la vista perdida, en un gesto propio de placer sexual. Se trataba del canal que estaba sintonizando cuando apagamos el televisor el día anterior. No sé qué televisión era, una de las habituales y principales, La 1 o Antena 3 o Telecinco, o parecidas.
Días antes me había ocurrido, hacia las dos del mediodía, algo muy similar en otro canal. Y con breve anterioridad, otra situación de iguales características. Y así sucesivamente, una y otra vez. Teniendo en cuenta, por otra parte, que hablo de horarios en todos los casos tempranos, de antes de las nueve de la noche. De días de diario o festivos. Y teniendo en cuenta que veo muy poco la televisión, y que, por tanto, estadísticamente tampoco es razonable tanta “casualidad”.
He llegado a la conclusión de que los desnudos y las escenas de cama (muchas veces con explícita claridad en diversas situaciones de actividad sexual) son el pan nuestro de cada día de la televisión en general. Y me parece que no es razonable. Entiendo que pueda haber programaciones eróticas, subidas de tono, violentas con sadismo, malévolas y blasfemas. No soy partidario de ello, pero puedo aceptar que si algunos las desean, puedan encontrarlas. Al fin y al cabo, somos libres para todo, y el mercado es libre para ofrecer lo sublime o lo asqueroso; lo razonable o lo loco; lo inteligente o lo estúpido; lo limpio o lo impudoroso; lo apacible o lo violento.
Lo que ya no me parece bien es que no haya límites, clasificaciones, especificaciones, indicadores para poder encontrar con libertad lo que deseamos, y se nos obligue a darnos de bruces con otras cosas muy distintas. No sería lógico que se vendiesen en autoservicio medicamentos y venenos; que se ofrezcan juntos alimentos y desperdicios; bálsamos y corrosivos.
Comprendo que los orgasmos puedan ser buenos para la sociedad y casi imprescindibles para que nazcan niños, para que la humanidad no se extinga y para que los hombres y mujeres se quieran. Pero me parece que forman parte de la intimidad y que, desde luego, no deberían ser una especie de carta de ajuste de las emisoras generalistas, ni estar tan presentes en cadenas, programas y horarios en los que no deberían ser esperables erotismos ni pornografía.
Ángel García Prieto,
Oviedo
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