Matarse en la carretera
Los noticiarios acaban de contar otro accidente de tráfico, otros muertos, sigue la suma infame de vidas destrozadas. Qué poco se habla de esas otras vidas aparcadas súbitamente en el dolor, la incapacidad y el sufrimiento para siempre.
Llueven las estadísticas, las comparaciones de datos, las campañas frías y crudas, increpándonos, aconsejando a los conductores otros comportamientos para detener esta mortal locura.
Los análisis concienzudos presentan causas inexorables y se organizan los medios, las medidas de control y las penalizaciones para sancionar a los que por sus acciones pueden contribuir a que se produzcan nuevas tragedias.
Es obvia la necesidad de castigar por acción negligente, pero ¿dónde está la aplicable por omisión? ¿Quién controla, valora y penaliza a los organismos públicos que han abandonado la conservación de las carreteras y la supresión de puntos peligrosos, denunciados hasta la saciedad por usuarios y asociaciones?
No es válido presentar solamente como los malos a los conductores, que parecen querer matarse gratuitamente, hay otros que, por su responsabilidad institucional y política, lo son tanto o más.
Para quienes realizan esa encomiable labor de control, vigilancia y sanción les ofrezco un ejemplo de lo dicho: pásense por el pueblo de El Peredal-Puelles (Villaviciosa) y verán una clara muestra de abandono e incompetencia y, de paso, pueden preguntarle al Ayuntamiento por qué no se hace lo que se debería hacer y actúan en consecuencia.
Aquí los usuarios de esta carretera tenemos muy claro que no queremos matarnos en ella.
Fernando Álvarez Roza
El Peredal-Puelles (Villaviciosa)
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