El azote dela corrupción
La corrupción, ese océano por donde fluyen sin cesar los negocios más insospechados, se mete en cualquier vida para ensombrecer todo lo digno y hermoso que lleva en sus genes un ser humano. A poco de salir de la infancia el hombre es obligado a adquirir compromisos y responsabilidades que chocan con aquella bondad e ilusión que le rodeó durante varios años. La hermosa luz del día a día se va transformando en tinieblas; la sinceridad es imposible en un mundo sostenido por intereses demasiado egoístas.
Y cunde el fracaso desde el momento en que se pierde la consciencia y el miedo ante la mentira y la rivalidad, que acechan a la vuelta de la esquina ocultando ruines promesas. En el trabajo uno se tropieza con el ambiente de un llegar más arriba y un tener más que el otro. Se trata de ascender por el escalafón y de ensanchar las posesiones en un ansia que ya deja poco tiempo para respirar. De ahí algunos pasan a un circuito de poder e influencia donde faltas, delitos y fraudes no pesan en la conciencia. Mientras tanto la masa de ciudadanos aviva estas conductas, que no dejarán de multiplicarse.
Tan habitual se ha vuelto la corrupción que ya pasa desapercibida, y algunos medios rentabilizan esta patológica indolencia explotando un perverso entretenimiento que consiste en medir la magnitud de aquellos despropósitos como si se tratara de una competición deportiva o, subvirtiendo a la propia ética, de méritos académicos. Al tejemaneje se entra sin el mínimo escrúpulo y aun cuando todavía se está en la flor de la vida. Qué lástima. El poder de provocación popular nunca tuvo fronteras ni una sola cara.
Duele mucho ver que mientras la necesidad deviene angustia en incontables personas y familias, este juego vil genera unas cloacas más hediondas que las que discurren bajo nuestros pies. Qué frágil es el hombre ante un mudable artificio como el dinero, que cuando le domina lo condena a vivir sin ese tesoro con nombre “personalidad”.
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