¿Pero quién va a quedar en el PP?
Esta duda surge en miles de votantes y simpatizantes del que, en otro tiempo, fue un partido político coherente. Un partido que, que aunque con sus luces y sus sombras, reflejaba claramente una ideología propia de un partido liberal y de derechas, si bien siempre con el complejo injustificado sobre la pertenencia a esta banda del espectro político; complejo que le hacía insistir sobre su centralidad en la derecha ante su horror a ser tildado de “derechona” por una izquierda siempre dispuesta (y consentida) a repartir patentes de legitimidad.
Pero esta postura de hacerse perdonar por pertenecer a lo que se llama la derecha política sin complejos –al contrario de lo que sucede con los partidos de la izquierda, que cuanto mas extremosos más arrogantes– ha ido derivando en renegar progresivamente de toda su ideología. Y, una vez superado el ambiguo centro, terminar adoptando el papel de una mala copia de la socialdemocracia (de la que hay originales más fiables para el votante socialdemócrata).
Para ello, a sus actuales dirigentes no les ha bastado con engañar y traicionar a casi once millones de sus votantes, gracias a los cuales llegaron al Gobierno, incumpliendo todos y cada uno de sus sustanciales y diferenciadores compromisos fundacionales, estatutarios y electorales, desde la justicia a la tributación, pasando por la dignidad nacional. Para rematar su felonía necesitan expulsar del partido a todos aquellos que, fieles a sus principios, osan plantar cara a la deriva y a la traición (que, dicho sea de paso, tampoco están resultando muchos, dado que pocos vividores y profesionales de la política tienen dónde caerse muertos fuera del pesebre). Ya lo dijo el Sr. Rajoy claramente en el congreso celebrado en Elche en 2008: si alguien se quiere ir al Partido Liberal o Conservador que se vaya. Y hace unos días la Sra. Villalobos, en un alarde de prepotencia al saberse la mujer del Rasputín inspirador del partido, declaraba: “Lo que no cabe en mi partido son personas que dicen no al aborto” mintiendo sin el menor pudor sobre lo que prometió en el programa electoral ese residuo ahora amorfo que llama su partido: “Cambiaremos el modelo de la actual regulación del aborto para reforzar la protección del derecho a la vida”. Eso, y otras muchas cosas, decían los olvidadizos y camaleónicos populares
Esta prepotencia y chulería llega al extremo de pretender echar, y echar de su partido, no sólo a la gente que no es de su agrado por no haberlos seguido en su deriva, sino llevar similar pretensión de veto hasta los representantes de los ciudadanos en el Congreso de los Diputados exigiendo ¡al líder de la oposición! que no volviera por allí, comportamiento propio del más rancio y decimonónico cacique de un casino de pueblo. Parece que al registrador se le han subido a la cabeza las ansias de propiedad hasta límites insultantes, si no agresivos.
La pregunta que cabe hacerse es: ¿quien queda en el PP? ¿Los que comparten la nueva ideología anti-PP? ¿Los que por miedo, por pertenecer a la camarilla o por esperar alguna prebenda, callan? ¿Los que esperan que un milagro reconduzca la aptitud del partido? ¿Los que permanecen en él con la nariz tapada hasta el ahogo y la náusea, por miedo a que algo peor pueda llegar? En el PP sólo quedará el tufillo del PSOE de Zapatero y la aspiración residual a poder seguir tocando algo de pelota en la cuarta legislatura de Zapatero.
Sea cual sea la postura de tanto sordo, ciego y mudo oportunista, serán corresponsables de la traición a unos principios por los que existió este partido y por los que llegó a gobernar. Apropiación indebida se llama eso, señor registrador.
Váyase, pues, con Dios, señor Rajoy, antes de hacer un daño aún más irreparable a la derecha española. Y hágalo antes de que un voto asqueado lo mande –y nos mande a todos– al Diablo.
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