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Hijos de la crisis

10 de Marzo del 2015 - Claudia Vázquez Calzón (Oviedo)

Hace ocho años supe que algo había ocurrido, me preguntaba por qué hablaban tanto de la prima de un tal Riesgo y qué significaba eso que decían los mayores todo el rato de que había crisis. Me enfadé con la crisis cuando vi que me había venido a fastidiar a mí, cuando tuve una perreta porque quería una muñeca y mi madre me dijo: “No, cielo, que nos tenernos que apretar el cinturón”.

Ese día yo, acostumbrada a ser agasajada por mis progenitores con todo aquello que se me antojaba pedir, me quedé muy desconcertada: a ver si eso de la crisis iba a ser malo.... y pasando los meses, comprobé que la cosa iba a peor y que había muchos niños a los que les estaba afectando, y ninguno entendíamos nada.

Tengo dieciocho años, ya sé qué es la crisis (como para no saberlo) y el mal que causa; sé que hay gente pasándolo realmente mal, que la sociedad está exprimida, que no puede más.

Muchos de los de mi generación no podrán estudiar este septiembre lo que realmente quieren; otros tantos, ni siquiera podrán continuar estudiando. No somos los culpables de la crisis y, sin embargo, nos castigan diezmando el arma más importante que tenemos: nuestra educación, nuestros conocimientos.

Voy al instituto y respiro el desencanto existente. Parece ser que hay carreras universitarias que no valen para nada. Son la entrada a la cola del paro, dicen. ¿Realmente creen que hay derecho a escuchar que estudiar una carrera universitaria no sirve para nada?

Sólo habrá trabajo para los mejores, dicen. ¿Creen que es bueno crearnos esa extrema competitividad? Yo distingo dos tipos de estudiantes, ambos derivados de los continuos comentarios del tipo de los anteriores: los que creen que pueden y los que no. Mucha gente, hoy en día, se queda en el camino, deja de intentarlo o abandona simplemente porque piensa que no podrá llegar a ser el mejor y que, entonces, ¿de qué le serviría el esfuerzo? Por otro lado están los que yo llamo adictos al título: personas altamente competitivas, capaces de cualquier cosa para conseguir más. Para ser más realmente serán los mejores, ¿pero a qué precio? ¿Se valoran aquí la moral y la ética profesional?

Yo soy una desencantada más. Me pregunto constantemente si podré dedicarme a aquello que me gusta o si, por el contrario, tendré que sacrificar mi ideal de futuro profesional para poder subsistir; y esto lo digo a unos meses de empezar un doble grado bilingüe. ¿Servirán de algo los 5 años que voy a pasar en la Universidad? ¿Podré costearme la carrera hasta el final?

Sólo espero que esto mejore, que dejemos de pasar unos por encima de otros de una forma tan cruel, pisoteando a los de abajo para que no puedan ponerse en pie, no sea que lleguen más alto que nosotros y nos quedemos sin pan.

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