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Juan Salazar, un poema del Romancero gitano

15 de Marzo del 2015 - Celso Peyroux

“…Lo demás era muerte y sólo muerte/ a las cinco de la tarde…” Como en los versos de García Lorca –en la mortal cornada a su amigo Ignacio Sánchez Mejías–, el guitarrista y “…compañero del alma, compañero”, Juan Salazar Hernández, se nos moría –con sus setenta años y al verde, verde limón– de la enfermedad que señala el zodiaco en noches de cielo eterno mientras las Pléyades cantaban la canción del olvido.

Aunque nacido en León, rezumaba asturianía en su sangre gitana y su Oviedo querido lo llevaba siempre a su lado. Venido al mundo para ser diestro con la guitarra en la mano –de igual manera que su hermano Pepín, dos artistas de la ciudad–, su madre Victoria –la Chatina– le había enseñado el embrujo y el sortilegio del flamenco para cantar, vestir, dialogar, palmear y, sobre todo, para sacar de su arpa mágica lo más profundo y sutil de tan bello instrumento.

Por mar y por montañas: “Verde que te quiero verde/ verde viento, verdes ramas…” había viajado por España, Europa y América con sus recitales y grupos de flamenco, entre ellos el de Lola Flores, por cuya “Faraona” sentía verdadera devoción. Juan Salazar tenía cita todos los viernes en la vinoteca La Barrica Literaria, donde era querido y admirado tanto por su toque flamenco como por sus rumbas, que cantaba con gran gusto y maestría al tiempo que interpretaba canciones sin fronteras, a medida que se las iban solicitando los espectadores. Pero lo que más gustaba en su rincón de poemas, “palos”, vinos y viandas era su alma exquisita, su gracia, su don de gentes y su generosidad.

Juntos colaboramos en nuestro álbum poético-musical dirigidos por el maestro Jesús Ángel Arévalo, con siete baladas de amor plenas de versos y diapasones. Y una tarde de estío, como Cástor y Pólux de la mano, lo fuimos a presentar en el Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA junto a Juan Antonio Brañas, Carlos Feijoo y Javier de Lasheras. Lo habíamos titulado “Pléyades”, y en el disco se recogían poemas y romances de la Andalucía profunda y luminosa con toques de alegrías, farrucas, soleares, cañas, zorongos y guajiras y “Haití, mon amour” en el recuerdo.

Subtítulo: Se murió un guitarrista limpio de corazón, ligero de equipaje y generoso

Destacado: Aunque nacido en León, rezumaba asturianía en su sangre gitana y su Oviedo querido lo llevaba siempre a su lado

Juan Salazar –humilde y “ligero de equipaje”– era un cristiano evangélico profundo y, en todo momento, daba santo y seña de cualquier tipo de pasajes de la Biblia. Era un enamorado de la poesía de San Juan de la Cruz, los hermanos Machado y Federico García Lorca. Su poema preferido era “Thamar y Amnón” con resonancias bíblicas de tiempos del rey David. Con paciencia y estudio, había armonizado y adaptado para la voz del rapsoda diferentes poemas, depositando en cada versión un gran sentimiento.

El destino nos cruzó en la senda de la vida muy tarde. Hubiéramos cantado, tañido, leído, bailado con miradas al Aramo, la Sobia y Peña Ubiña y, sobre todo, con visiones al barro mal cocido y a la misteriosa luminaria que llevamos dentro, porque Juan era un sabio de sentencias precisas y preciosas. Así y todo, aún tuve tiempo de contemplar su alma encendida de amor y de esperanza.

La Barrica Literaria está de luto, pero como la rama verde del olmo de Machado, volverá a sonreír con el milagro de la primavera y el recuerdo que quedará en sus amigos mirando su rostro en un cuadro y “…su voz de clavel varonil…”.

“…Tres golpes de sangre tuvo/ y se murió de perfil…” al igual que lo hizo su primo Antoñito el Camborio, otro moreno de verde luna y “…viva moneda que nunca/ se volverá a repetir…”. Amén.

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