Anacronismos machistas
A una árbitro asistente andaluza –gaditana, para más señas–, la han vejado en el campo de UD Tesorillo, allá por la tierra de mi abuelo, que era de San Fernando. Y lo han hecho con insultos de todo tipo y condición, todo vulgar y soez. La noticia se ha matizado y generalizado, pero las primeras fuentes citaban insultos referidos a sus capacidades de libación y absorción; el lugar de la mujer en el mundo, con curiosos contrastes entre la decencia más recalcitrante y el dedicarse al oficio más antiguo del mundo y otras ordinarieces que son, no lo olvidemos, verdaderas agresiones verbales machistas y frustrantes, corriendo los tiempos que nos tocan.
La multa de cincuenta euros de la Federación al equipo no es de risa. Es de cárcel por una vejación mayor. Es para juzgar por prevaricación a todo miembro (parte del cuerpo con la que piensan) de la Federación andaluza y quemarlos en la hoguera de las vanidades por depravados. Y no se trata de cuantías. Se trata de la desfachatez de hacerlo rápido y fatal. Marcando paquete. Con toda chulería, demostrando que todavía existe la España cañí más peyorativa.
Luego desde el club reprueban el hecho y lo condenan (a galeras, suponemos). Se disculpa el club porque la afición del pueblo en cuestión es ejemplar. No, hombre, no. Ni ejemplar ni leches en vinagre. Si en un campo donde van quinientos aficionados, doscientos increpan e insultan a una mujer y unos cuantos (los que están más cerca) le sueltan todo tipo de barbaridades, todo el pueblo es culpable. Fuenteovejuna al revés: “¿Quién vejó a la árbitra? San Martín del Tesorillo, señor”.
Es verdaderamente triste que un jugador del equipo local, un chaval que no tendrá más de treinta años, sea capaz de decir a una árbitro las salvajes y brutales marranadas que le dijo. ¿Qué tipo de sociedad tenemos? ¿Cómo educamos a los chavales? Si éste es el sistema educativo que ahora impera y a mí me horroriza –yo, que fui educado en la época franquista–, algo falla.
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