La música

10 de Marzo del 2015 - Ricardo Luis Arias (Aller)

Decía el bestia de Napoleón que era el más agradable de los ruidos. Claro, la música para él era el estampido de sus cañones. Obviando esta disparatada versión de la música, diremos que es algo que necesita el hombre, entre otras cosas, para evadirse de la rutina y la vulgaridad, despertando en él mejores sentimientos, idealizando incluso su vida y forma de ser. La música puede ser bálsamo y cura de la tristeza y la soledad, y con ella han hecho historia los grandes maestros y compositores europeos. Después de nuestra guerra cainita, años cuarenta, comenzaron a surgir por todas partes orquestas y conjuntos musicales, sobre todo en las cuencas mineras. En Aller, un orfeón, el de Caborana, que hizo historia con la buena dirección de Vicente. Bueno, ya antes de la guerra hubo una rondalla que también hizo historia. El trío "Matiza", formado por Manolín, Tino y Zamora, fue también famoso y dio prestigio igualmente a Caborana. Por cierto, que su último superviviente, Tino, acaba de fallecer en una residencia, según nos dice Guillermo, un buen caboranense y amigo.

En el terreno musical, obligado es recordar a la orquesta "Mary", de Moreda, que también hizo historia por toda la provincia. Recuerdo que una guapetona moza, de Pola de Siero, me dijo que ella, cuando meneaba el solomillo mejor, vamos, cuando mejor bailaba, era con la orquesta "Mary", que amenizó fiestas y bailes por todas partes. Bailes que ahora no hay como antes, sólo discotecas tenebrosas, ruidosas, asfixiantes, de las que sale uno o una completamente "chivani". Sí, aquellos bailes eran otra cosa, que además te permitían poder abrazar a la neña que te hacía tilín. Por cierto, que en Caborana también hubo entonces un baile famoso, como lo fue el de La Bolera. Allí, por la mañana, se celebraban importantes partidos de bolos y, por la tarde, hala, mozos y mozas, al bailoteo y meneo del solomillo. A estos bailes de La Bolera de Caborana acudían mozos de otros lugares. En cierta ocasión, en Oviedo, me dijo un paisano, madurín ya él, que muchos domingos iba a bailar a Caborana porque además de ser un gran baile, las neñas eran tan guapetonas que quitaban el hipo. Cierto. Una de ellas le quitó a uno el hipo para siempre.

Aquello de cantar por los chigres y bares tenía su gracia y su historia. A ello obligaba la sidra, tan alegre y cantarina ella. Los sábados, y ya no digamos los de paga, aquello era el despiporre. Y una necesidad y un desahogo después de la dura vida de la mina. Hoy ya no se canta en el chigre, que resulta tristón él, y si alguno lo hace lo ponen de patitas en la calle. Lamentable. Porque un culín de sidra y una canción alegran la vida y es el mejor sintrón para el corazón.

Ricardo Luis Arias

Aller

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