Cuestión de prefijos
La discusión sobre la igualdad de sexos pocas veces había vivido épocas tan doradas, al menos en lo que al campo semántico se refiere. En los años del macrobotellón y de las macrorredadas, cuando algunos proclaman la mejora de los datos macro que el ciudadano micro no aprecia -aunque ese es otro tema- se habla, sin embargo, de micromachismo, y parece que ahí sí se notan los cambios.
Antes de que esa idea aparezca en su cabeza les haré una advertencia: No intenten buscar esta palabra en el diccionario, no la van a encontrar. Como concepto aún no está en la calle aunque la mayoría hemos asistido a alguna que otra situación a la que se le pudiese aplicar este término. Es decir, pequeñas situaciones diarias en las que la mujer se ha sentido inferior al hombre.
Este no es, o no debería serlo ya, el tiempo de la gran guerra contra el macromachismo de Campoamor y sus sucesoras. Superado eso, nos quedan, o deberían quedarnos solamente, microbatallas que librar en nuestro día a día.
Les pongo en situación: Una pareja ha pasado una agradable velada en un restaurante de moda. Al ir a pagar, es muy diferente que el camarero deje la cuenta frente al caballero cuando nadie le ha indicado nada, a que la dama saque las uñas y entone el discurso igualitario cuando él se presta amablemente a invitarla. Déjelo señora, que la galantería no abunda y un poco de cemento no va a ser suficiente para rellenar eso que llaman brecha salarial por no decir socavón de metro en estos tiempos que corren- y que para que dejase de existir usted tendría que trabajar casi dos meses más de los que trabaja. Es decir, hágase a la idea de que por estas fechas se acabaría de comer las uvas.
Ni que decir tiene que este supuesto está protagonizado por una mujer anónima con una vida de microciudadana media. Si intentásemos elegir a un personaje mediático, el experimento tendría un resultado imprevisible porque, para empezar, tendríamos que esforzarnos, y mucho, para encontrar una en primera línea política, por ejemplo. Exigiría un esfuerzo aún mayor pensar en una que no tuviese las maneras y el carisma de un hombre. Vamos, un macropersonaje. Pocos nombres asociados a una mujer de carácter moderado, con inquietudes y de gustos sencillos y mundanos. Vamos, la homóloga célebre de la microciudadana que cenaba en el restaurante de moda.
Si echásemos un vistazo al panorama político actual nos daríamos de bruces con el caso de quién ya ha sido bautizada por los medios como la compañera sentimental de... o la chica de..., nueva abanderada forzosa del micromachismo. Tanto ella como otras compañeras políticas sí que son la verdadera revolución con las nuevas formas de trabajar que plantean, aprovechando las microvirtudes de cada miembro del equipo y no fomentando una macroestructura inoperante alrededor del dirigente de turno que, en la mayoría de los casos, no estará dispuesto a dejar su sillón tan fácilmente. ¿Por qué no puede ser este el tiempo de los hombres detrás de las grandes mujeres?
Es tiempo de darnos cuenta de la importancia de los pequeños gestos, no sólo a nivel cotidiano, sino también a nivel mediático. Es necesario luchar por una nueva manera de hacer las cosas que nos lleve a ser mejores, más responsables y, sobre todo, más justos con una historia en la que las mujeres, casi siempre anónimas y en la sombra, hemos jugado un papel decisivo para llegar a lo que somos hoy en día. No hay que olvidar que las situaciones macro comienzan siempre con un gesto micro.
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