Tragedia griega

31 de Marzo del 2015 - Marcelo Noboa Fiallo (Gijon)

La esperanza es el sueño del hombre despierto

Aristóteles

Podría decirse que el eje central de toda obra trágica es el restablecimiento doloroso del orden, y el alumbramiento traumático del deber en su doble aspecto: desde el plano religioso (antagonismo: hombre-cosmos). Y en el plano moral, su compromiso con la polis.

De hecho, la polis era considerada como un todo, y la justicia, para este pueblo, era un valor excelentísimo. Si no había justicia en sus gobernantes, la polis tampoco podía ser justa. Por eso, para los griegos, la política y los políticos eran los encargados de ejecutar justicia, pero en una dimensión propiamente humana. No había posibilidades de realización individual dentro de un régimen injusto.

La justicia era para los griegos de la Grecia clásica una perfección valiosa; algo que no se buscaba por sus ventajas, y cuyos designios, sin embargo, eran implacables.

En la Grecia contemporánea, estos valores, por desgracia, se encuentran enterrados bajo la acrópolis de Atenas. Los atenienses contemporáneos llevan muchos años, demasiados, adorando al becerro de oro, construyendo una sociedad basada en dos pilares: los pseudologos (la mentira) como forma de convivencia y el fakelaki (los sobrecitos) como práctica cotidiana para conseguir no sólo prebendas sino el acceso a servicios públicos esenciales. Los políticos de la Grecia contemporánea han fomentado estas prácticas como forma de control de la ciudadanía, mientras se enriquecían con prácticas corruptas estas familias políticas que han controlado el país durante el pasado siglo XX y el comienzo del actual (monarquía, PASOK, Nueva Democracia)

Recuerdo que, hace ya algunos años, mi primera vista a Rodas fue por razones de trabajo. En el marco del programa “Helios”, varios responsables técnicos de Europa nos reunimos en esa ciudad para tratar temas de coordinación de políticas de accesibilidad para las personas con discapacidad. En la programación de actividades se incluía una visita al Ayuntamiento, nos recibió (por sorpresa) el alcalde y nos hicimos algunas fotos. Diré que me sorprendió tanto fotógrafo (eran de la prensa local). Al día siguiente, paseando por la ciudad, nos vimos en primera plana de los periódicos locales, pedimos que nos tradujeran su contenido, cuyo resumen era que estábamos invitados por el gobierno local como asesores para un programa de eliminación de barreras arquitectónicas que la Administración local iba a emprender en Rodas. Nos quedamos perplejos; estaban en elecciones locales.

El nuevo Gobierno de Syriza pretende, entre otras cosas, acabar con estas prácticas que constituyen el cáncer que impide avanzar a los griegos. No lo tiene fácil. Tiene que luchar en dos frentes: Bruselas y el enemigo interior.

La realidad interior es que una quinta parte de la población activa del país (un 20%) trabaja en el sector público. Esto es noticia, primero, porque hasta hace unos años el Gobierno no tenía ni idea de cuántos empleados tenía en nómina, así que tuvo que hacer un censo (¡!). En España, uno de cada ocho trabajadores lo hace para la Administración, un 9% de la población activa; en el resto de Europa la media está en el 13 por ciento.

El número de trabajadores públicos en Grecia se multiplicó por tres en los últimos treinta años. Cada triunfo electoral de PASOK o Nueva Democracia llevaba aparejada la incorporación de nuevos funcionarios de su confianza. En lugares como el Parlamento, tienen que hacer turnos ya que no hay sitio para que quepan todos pues hay más burócratas que poltronas.

Grecia es el miembro de la UE que más presupuesto dedica a gastos militares, ha llegado a desembolsar en los últimos años hasta el 5,6% de su producto interior bruto (PIB) en equipamiento militar, unos 13.400 millones de euros y ¡oh! sorpresa, ¿sabéis quién es su principal proveedor de armamento? Efectivamente: Alemania

Mientras tanto, cerca del 95 por ciento de los hogares se ha visto impactado por la reducción extrema de sus ingresos desde el mismo comienzo de la crisis.

Se calcula que el 42,5 por ciento de los griegos que sostienen sus hogares vislumbra que para este 2015 no podrán costear sus gastos diarios, mientras que un 35,4 por ciento se declara incapaz de pagar los impuestos. Hasta ahora el único ingreso seguro del 52 por ciento de los griegos es una pensión. Del 35,9 por ciento de griegos, al menos hay un desempleado, en contraste con el 2013, que era de un 36,4. De igual forma, sólo el 8,9 por ciento de los desempleados cobra un subsidio de desempleo. Tres de cada diez hogares están en situación de pobreza y endeudamiento, lo que representa un 34,4 por ciento que vive con menos de 10.000 euros anuales.

El número de personas que se quitaron la vida en el país heleno se incrementó un 37,5% a partir de junio de 2011.

Los ciudadanos helenos sobreviven a los recortes del Gobierno y al paro pese a no contar con medicamentos en muchos hospitales y no tener dinero para calefacción en algunos colegios.

A menudo en este país, que se mira arrodillado al espejo, recorrer la distancia entre una vida normal y la indigencia es cuestión de meses.

La verdadera batalla de Grecia no es con Bruselas, como toda tragedia griega, lo es consigo misma. Mejor dicho: la batalla con Bruselas la tiene perdida porque los actuales dirigentes europeos no entienden de solidaridad. Han vuelto al Mercado Común y se han olvidado de los ideales que posibilitaron la creación de la Unión Europea, pese a los tímidos esfuerzos de Hollande y Renzi. Para los burócratas de Bruselas, Grecia tiene que pagar y cumplir sus compromisos. No hay diálogo posible y Varufakis lo sabe. En este punto, mi opinión personal es que Grecia, si quiere mantener la Areté (la dignidad), debería someter al pueblo griego a un referéndum para salir del euro (no nos confundamos: salir del euro no es salir de Europa) y seguir siendo miembro de la UE. La vuelta al dracma le permitirá tener una política monetaria propia y manejar los procesos de devaluación de su moneda acorde con la reconstrucción del país. Será dura y larga, muy larga, su salida del lodazal en que lo metió una clase política corrupta. Tan dura y larga como le ocurriría de seguir en el euro bajo la vigilancia de Bruselas, pero al menos recuperando la Areté.

Otra cosa es la batalla interna. Hace falta pedagogía, mucha pedagogía, para que los ciudadanos griegos asuman la parte de culpa que, en esta tragedia griega, tienen. Facilitaría mucho en este proceso el que empezase a actuar la justicia. El reciente nombramiento del fiscal Anticorrupción, Panayotis Nokoludis, es una buena señal, pero necesita todo el apoyo del Gobierno y los recursos humanos necesarios. El pueblo griego necesita, como el comer, que empiecen a desfilar por los banquillos de la justicia los políticos corruptos, los defraudadores, las mafias sindicales...

No son buenas noticias, por el contrario, el anuncio del Gobierno de reincorporar a 10.000 funcionarios (a calentar la silla) o el mantenimiento del excesivo gasto militar (como señalábamos más arriba). Urge, eso sí, un plan de choque inmediato para paliar el hambre, la desnutrición, la asistencia sanitaria, la calefacción en las escuelas.

Tengo fe en que mis nietos puedan encontrarse con una Grecia sin fakelakis y recuperando el zoon politikon de Aristóteles.

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