Acoso psicológico
Tal como se viene denunciando, estamos ante uno de los males de esta sociedad. Sería conveniente que las autoridades competentes tomaran muy en serio este mal/azote en todas sus versiones, y que, en colaboración con la sociedad civil, emprendieran una campaña similar a las que aconsejan que las mujeres lleven a cabo revisiones periódicas de mamas y los hombres de próstata, pero para el caso que nos ocupa, de la parte de arriba, o sea, de la cabeza. Sería una labor muy gratificante para los psiquiatras o psicólogos. El acoso psicológico aparece en cualquier ámbito de nuestra sociedad: tortura doméstica, violencia de sexo o de género, en las relaciones sociales y, cómo no, en los ambientes de trabajo (“mobbing”). Y mucho más lamentable es asumir que de este mal antisocial no están exentos los ambientes escolares, donde cada día son más los casos denunciados. No es que no existieran en otros tiempos las vejaciones y vileza inherentes al comportamiento humano, con presiones de acoso y derribo de la integridad psíquica y, en bastantes casos, física de la víctima, sino que ahora se han multiplicado, al tiempo que, por fortuna, encuentran más eco en los medios de comunicación.
Subtítulo: Uno de los grandes males de nuestro tiempo
Destacado: Ahora los casos se han multiplicado, al tiempo que, por fortuna, encuentran más eco en los medios de comunicación
Hay que decirlo ya, se trata de individuos con personalidad antisocial con tendencia a una conducta violenta de forma duradera y persistente. El prestigioso psiquiatra Enrique Rojas nos advierte en su obra “¿Quién eres? –de la personalidad a la autoestima–” que la gama de manifestaciones va de la agresividad formal (arrogancia, ataque, desconsideración, mordacidad...) a la verbal e incluso a la física. Y añade el doctor Rojas: “El tono que el psicópata utiliza es fanfarrón, bravucón, jactancioso. No existe ningún sentimiento de culpa por la violencia que se ejerce”. Todos podemos tener cerca de nosotros un personaje de estas características, incluso en estado durmiente, y no nos damos cuenta. Por ello, debemos permanecer con un ojo abierto y el otro sin cerrar.
Hace poco se conocía la sentencia del juicio de las acusadas en Gijón de acosar a una joven gijonesa de 14 años que, tras soportar una persecución por parte de sus compañeras de clase, se quitó la vida (me tiemblan las manos al escribirlo), suceso ocurrido en abril del 2013. La presidenta de la Asociación contra el Acoso Escolar valoró diplomáticamente de forma positiva el fallo judicial (cuatro meses de tareas socio-educativas), pero a renglón seguido lamentó que en este país salga casi gratis inducir a una muerte. Y a primeros de marzo, LA NUEVA ESPAÑA recogía en sus páginas otro caso en Oviedo, por acoso escolar a una niña de 11 años “con ganas de quitarse la vida”, según declaró a la madre. En vista de ello, la Consejería de Educación se vio obligada a autorizar el cambio de colegio de la alumna, así como procedió a investigar el posible maltrato infligido a la misma en el centro escolar. Todo ello muy lamentable.
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