Nos están matando
Salgo de casa, como casi todas las mañanas, a las nueve y media, para realizar las compras domésticas. Ya de regreso, camino por la calle Doctor Casal y, al llegar a Uría, el semáforo que permite cruzar la calle está en verde.
Dos autobuses se hallan detenidos, van en dirección hacia la Escandalera; están separados unos dos metros. En el otro sentido no hay ningún vehículo. Cruzo raudo entre ellos. Al hacerlo, una rutina a la que nadie prestamos la mínima atención, se me presenta en su más cruda realidad.
El tubo de escape del autobús delantero, cumpliendo su función, echa una gran cantidad de humo.
Sigo caminando por Gil de Jaz y recuerdo que, si no esta misma mañana, sí ayer, escuché por la radio que las cajetillas de tabaco llevarán el aviso: “El tabaco puede matar”, desde ahora, en caracteres mayores que la propia marca de la cajetilla.
Convencido de la enorme desproporción que hay entre los humos de los pitillos y los de los vehículos de motor de explosión, me aventuro a afirmar que estos últimos nos están matando.
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