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De los restos óseos de Cervantes al cuerpo incorrupto de San Teresa

27 de Marzo del 2015 - Fidel García Martínez

Santa Teresa y Cervantes tienen algunas cosas en común y muchas diferentes. Tienen en común que están siendo los referentes literarios más citados durante este año 2015; una porque se celebran los 500 años de su venida a la vida (que lo definía, con su gracejo irónico especial, como “una mala noche en una mala posada”) y el otro porque no se celebra nada sobre su persona, sino porque hace 400 años apareció para el público la segunda parte del “Quijote”.

Cervantes está hoy de plena actualidad, porque algunos piensan que el mejor homenaje que se le puede hacer es hallar su tumba con sus restos, de los que sólo quedará lo que el gran Quevedo definió como “polvo enamorado”. Un equipo de especialistas que va desde forenses hasta antropólogos, osteoarqueólogos, biólogos o expertos en la identificación de ADN (etcétera), ha invadido la cripta del convento de las Trinitarias en el barrio de la Letras, donde Cervantes fue enterrado en 1616, y con la tecnología más sofisticada quiere hallar el lugar en el que se cree que puede estar enterrado Cervantes. Por ahora no se ha encontrado lo que con tanto ahínco se quiere encontrar. En las últimas horas, sin utilizar la prueba de ADN, parece ser (según algunos) que estaríamos ante el hallazgo de unos pocos huesos del manco de Lepanto. No todos admiten el éxito, como el prestigioso filólogo Francisco Rico, a quien no convence esta búsqueda y mucho menos el supuesto hallazgo óseo cervantino.

Los testimonios sobre el cuerpo incorrupto de Santa Teresa son coincidentes entre los que la vieron muerta. Resumimos uno de los más importantes, de su primer biógrafo, el jesuita P. Ribera: “Quitáronle casi todos los vestidos (porque se la había enterrado con todos los hábitos) y laváronla y quitaron aquella tierra; y era grande y maravilloso el olor que derramó por toda la casa y duró algunos días en ella (...) Le pusieron otros vestidos, la envolvieron en una sábana y la pusieron en un arca, en el mismo lugar donde estaba antes”.

Subtítulo: Lo que se sabe y lo que se desconoce

El cuerpo de Santa Teresa fue descuartizado. El pie derecho y un trozo de la mandíbula superior están en Roma; la mano izquierda está en Lisboa; el ojo izquierdo, los dedos y trozos de carne, esparcidos por España y por la cristiandad; la mano derecha, que se conserva hoy en un relicario en Alba de Tormes, la tuvo Franco en su despacho. Su corazón transverberado, que Bernini esculpió de forma magistral aunque poco realista, se conserva también en Alba de Tormes.

Pero el testimonio más contundente es el del padre Jerónimo Gracián, el gran amigo y confidente de Santa Teresa, como se puede comprobar por las muchas cartas que se conservan. Fue expulsado de la Orden por los intransigentes y rigoristas. Sufrió penalidades sin cuento y padeció cautiverio en tierra de moros. Se había quedado con la mano izquierda de la Santa y nos cuenta: “Esta mano traía yo en una toquilla con papeles y destilaba de ella aceite (…) Dejéla en Ávila en un cofrecito cerrado. Cuando corté la mano, corté también un dedo meñique que traje conmigo. Y cuando me cautivaron, me lo quitaron los turcos y lo rescaté por veinte reales y unas sortijas de oro”.

Mientras que de la autora de “El castillo interior” ( o “Las moradas”) se sabe casi todo, del autor del “Quijote” están revolviendo Roma con Santiago para encontrar la tumba. Ojalá tan grandes expertos puedan arrojar un poco de luz.

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