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Juan Salazar, un hombre de fe y artista

27 de Marzo del 2015 - Mª Luisa Villegas Cuadros (Oviedo)

Conmovidos por la carta de Celso Peyroux acerca de Juan Salazar publicada recientemente, queremos escribir este obituario como sencillo homenaje también a un hombre que ha dejado una huella indeleble en quien le conoció de cerca.

Antes de que los gitanos evangélicos abrieran su templo, solían reunirse allá por los años 1970, con nuestra comunidad evangélica, que entonces estaba en la calle Manuel de Falla en Pumarín. Los cultos se veían amenizados con esa forma de alabar a Dios tan preciosa y peculiar que tienen los hermanos de Filadelfia.

Juan Salazar vino, de vez en cuando al principio, y se quedó con nosotros. Los domingos, uno sí y otro también, se le pedía que nos tocara y cantara una canción. Y les aseguro que si los espirituales negros son reconocibles inmediatamente cuando se comienzan a entonar, las canciones de Juan lo eran también en cuanto cogía la guitarra. Nadie como él. Precedía a las canciones de alabanza a Dios, de adoración, de solicitud de perdón, de alegría por el favor recibido, con unos rasgueos de guitarra, apoyándose en los nudillos, que nos llenaban de regocijo.

Juan nunca se negaba, siempre estaba dispuesto. Se acercaba hacia la plataforma, adaptaba los micrófonos, iniciaba los rasgueos y allá iba, pletórico con su música. Luego, cuando ya estaba caliente la guitarra y el espíritu, se iniciaba la letra. Canciones imborrables en nuestra memoria: “La Samaritana”, “el Espíritu Santo”, “Dios es amor”, “Levántate”, “Alzaré mis ojos a los montes” llenaban el templo, provocando sentimientos acordes con la letra cantada. Precedía la canción de una somera explicación, agregando que todo lo que hacía era para la gloria de Dios.

Como es muy frecuente que evangélicos de otros lugares –estudiantes Erasmus, médicos del MIR, turistas nacionales e internacionales– se congreguen o visiten nuestra comunidad por estar situada en el centro de Oviedo, éstos se veían muy gratamente sorprendidos cuando Juan cogía la guitarra. Podían comprobar que entre las muchas formas de alabar a Dios, de hablar con Él, había una única: la de Juan Salazar. Y seguro que muchas de sus actuaciones, tomadas a la carrera con el móvil, corren por las plataformas digitales.

Nos ha gustado que el señor Peyroux de manera exquisita loara el arte de Juan, su donaire, su riqueza íntima como cantautor, y nos ha conmovido también que reconociera en él ese aspecto tan importante e inherente de su persona: su fe. Porque, aparte del Juan profesional, artista flamenco y poeta de las noches mateínas, conocimos al Juan de lo íntimo, el que amaba a Jesús, el que sabía dedicar su talento para rezarle cantando una saeta distinta pero no menos bella. Eran canciones que salían de lo más profundo del corazón.

Porque Juan Salazar era un hombre de fe, su esperanza estaba en Jesús, en Dios; y siempre dispuesto a aprender. Era el primero en llegar a la iglesia, a las reuniones de estudio de la Biblia, siempre queriendo saber más, agradecido cuando se enseñaba algo en lo que él no había meditado. Era un hombre humilde, muy educado y prudente, que agradecía cada gesto de bondad y de atención hacia él. Era alegre también, amante de su familia; hablaba con gran amor de su madre, sus hermanos, sus sobrinos; era un hombre amoroso.

Sabemos, estamos seguros, que Juan está en un lugar maravilloso, donde cualquier preocupación ha desaparecido. A nosotros nos ha dejado muy vacíos de su presencia, pero agradecidos a Dios por el tiempo que nos permitió disfrutarlo.

María Luisa Villegas Cuadros, Comunidad evangélica de Oviedo.

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