Laberinto
Con tozuda regularidad aparece en mi buzón el recibo de la electricidad. Invariablemente se inicia un ritual que arranca con mi irritación, no necesito para ello más que ver la cifra resultante a pagar. Un porcentaje de mi cíclico enojo nace de la certeza de que mi consumo no merece el castigo de tan caras facturas, ya que en ese aspecto me considero un ciudadano escrupulosamente ahorrador. La dichosa cifra, sin embargo, se empeña en ser más alta a cada recibo y entonces buceo entre los números que al parecer justifican el sumando.
La letra es clara, no tanto el contenido que viene a decir algo así como: nada por aquí, nada por allá, la parte contratante de la primera parte contratante, tralarí, tralará y así sucesivamente. A pagar, tanto, IVA incluido, más transporte, más parte de una multa que podría usted pagar si llegara el caso y ya le vamos cobrando, más desgaste de recibo, más verificación estimativa de la junta de la trócola, más verdes las hemos segao.
Esa especie de llave de judo intelectual no hace sino confirmar que estas compañías campan a sus anchas y su comportamiento desleal con la población viene amparado por unos gobernantes paniaguados que esperan de ellas dorados retiros y vaya usted a saber qué prebendas.
Hace no tanto se nos intentaba convencer de que un sector estratégico no podía estar en manos de, por ejemplo, unos rusos. A mí, qué quieren que les diga, me resulta irrelevante la nacionalidad del violador, lo que me afecta es su oficio.
Pero como se puede comprobar no se acaba el tema en las energéticas; otro día hablaremos de las telefonías.
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