La vida no es injusta
Todos hemos clamado en alguna ocasión por lo injusta que nos parece, sin darnos cuenta de que la vida no es una identidad dotada de virtudes y defectos con conciencia y capacidad para tomar decisiones. La vida no decide que éste sea alto, guapo, saludable y con dinero y aquel bajito, feo, con una enfermedad degenerativa y sin un céntimo. Nada de eso. La vida es la simple manifestación circunstancial de diferentes combinaciones químicas. De manera que moralmente resulta incalificable porque simplemente no hay nada que calificar.
Con calificaciones atinentes a la moral y la justicia sólo podemos calificar a quien es capaz de actuar en estos campos. Y en este aspecto, al menos en el planeta Tierra, que yo sepa, únicamente existe una criatura con esa capacidad: el ser humano.
Por ese motivo, cuando ayer mi mujer se vino a la cama y me dijo que la Esteban esa había ganado el Gran Hermano, para mi desgracia no me puse a pensar en lo injusta que es la vida, habría sido un alivio, porque sé que el individuo sólo es una manifestación de la misma, no una creación suya. Lo que me produjo fue una exacerbación de mi notable misantropía, porque cada vez, ante casos como éste, se me viene el mismo pensamiento: la culpa no es del ciego, sino del que pone el palo en su mano, o sea, de los autores y mantenedores de esta creatura aberrante a la que dicen princesa del pueblo, un pueblo que incluso ve como un acto de grandeza su donación del premio, cuando no es otra cosa que parte de la estrategia para mantener navegando cual yate de lujo a una lancha podrida cargada de pura mierda.
Lamentablemente, lo único que puedo hacer es pensar que aunque he nacido aquí y seguramente aquí moriré, desde luego no soy del pueblo que tiene por princesa a semejante engendro.
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