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Austeridad en el gasto, moralidad en el acto

1 de Septiembre del 2009 - Justo Roldán Vidal (Lugones)

A tenor del debate generalizado, ya admitido por todos, patriotas o no, sobre la crisis económica, se impone la recomendación del actual secretario de Estado de Economía cuando aconseja, casi como el primer mandamiento sobre todos los demás, «controlar el gasto público». Por tanto, se puede deducir, sin miedo a equívoco alguno, que la austeridad es consustancial al logro del control económico.

Viene como el guante a la mano su aplicación al problema económico de Asturias, y más concretamente al sanitario, hoy tan debatido en la prensa asturiana y más concretamente en LA NUEVA ESPAÑA.

En un anterior artículo apuntaba algunas medidas de austeridad, que las definí como «claves», en relación al problema financiero por el que pasa nuestra asistencia sanitaria. Hoy, y a tenor de la frase del secretario de Estado, cobra más valor la austeridad en los gastos no productivos ni de inversión así como los suntuarios, protocolarios o los propagandísticos.

Está en puertas la subida –por otro lado inevitable– de los impuestos (ya se verá cuáles y cuánto), pero se vislumbra que afectará al IVA y al IRPF de aplicación al consumo y a la renta. Queda por conocer cuál será el umbral de lo que los socialistas llaman rentas altas. Hay quien anuncia que estará en los 24.000 euros anuales brutos. Es decir: que se considerarán rentas altas todo lo que se ingrese por encima de dicha cifra.

Si es así, si se considera (Izquierda Unida así lo mantuvo en la Comisión de Hacienda) que son rentas «altas» habremos de convenir que no vivíamos en una España de primera división, ni en la octava potencia del mundo. Cuando la misma Delegación de Hacienda reconoce que seis de cada diez españoles ganan menos de 1.000 euros mensuales brutos no hace más que constatar una realidad, que el ciudadano de a pie ya conocía y que Hacienda viene a corroborar, ¡y eso quienes trabajan!

No sé dónde están las grandes fortunas, pero sí sé de dónde y hacia dónde va a recaer el efecto de la crisis económica: al que tiene la «suerte» de trabajar y al pequeño y mediano empresario. Para este viaje no se necesitaban tantas alforjas, y eso que estamos en la era de la sabiduría y del conocimiento, pero las medidas siguen siendo las mismas que en el siglo XIX sin que los avances del modernismo, se vean por alguna parte.

Sería ya baladí el entrar en las causas que llevaron a esta crisis económico-financiera mundial. De ella, se ha debatido con amplitud en todos los sectores económicos, financieros y productivos del mundo. Y creo no equivocarme si afirmo al igual que la encíclica «Caritas in veritate», de la cual recomiendo su lectura, ya que, además de dar seguimiento a toda una doctrina social de la Iglesia, acierta en el diagnóstico y me temo que, guste o no, en la solución.

Extraigo algunas frases nada desdeñables de tener en consideración:

«A veces el hombre moderno tiene la errónea convicción de ser el único autor de sí mismo, de su vida y de la sociedad».

«La ganancia es útil si como medio se orienta a un fin que le dé sentido, tanto en el modo de adquirirla como de utilizarla. El objetivo exclusivo del beneficio cuando es obtenido mal y sin el bien común como fin último corre el riesgo de destruir riqueza y crear pobreza». Igualmente continúa... «toda decisión económica tiene consecuencias de carácter moral, lo confirman las ciencias sociales y las tendencias de la economía contemporáneas».

«No puede tener bases sólidas una sociedad que –mientras afirma valores como la dignidad de la persona, la justicia y la paz– se contradice radicalmente, aceptando y tolerando las más variadas formas de menosprecio y violación de la vida humana, sobre todo si es débil y marginada».

«El desarrollo económico, social y político necesita, si quiere ser auténticamente humano, dar espacio al principio de gratuidad».

Hoy toca plegar velas, replantearse la confianza en el mercado y en las personas y dar ejemplo de austeridad, solidaridad y honradez, teniendo siempre en cuenta el carácter moral de los actos y actitudes, que deben de acompañar a toda medida económica sin olvidarse –como igualmente cita la encíclica– «que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, que da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política y de la acción sociales y de las costumbres».

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