Antel el dolor de los prójimos..., ¿puedo cerrar los ojos?
Este tiempo de Cuaresma es apto para la reflexión sobre los bienes que podemos hacer entre nuestras gentes y con mayor urgencia sobre los males que nos martillean y nos llevan a las angustias: son situaciones tan dolorosas que no podemos verlas desde la sorpresa y el silencio y mucho menos cerrar los ojos: las guerras del siglo pasado hicieron más de 200 millones de muertos a manos de los violentos destructores de la paz; en Camboya cientos de pueblos masacrados reducidos a campos enteros sembrados de sus huesos y calaveras como abono para sus plantaciones; los sufrimientos y aberraciones a millones de pesos soviéticos en el Gulag por criticar el régimen; igual que los ocho millones de judíos que, por serlo, fueron primero vejados y luego asesinados en los campos de concentración nazi, y ¿qué diremos ante las fotografías de los presos hispanos y negros que pueblos americanos usaron para experimentos científicos y genéticos que terminaron convertidos en seres monstruosos? ¡Cómo abusaron de los niños utilizados por los adultos como pobres pedigüeños para luego arrebatarles los dineros!, o los que obligaron a llevar armas y, drogados, pusieron en primera línea los batallones para explotar las minas y facilitar a su ejército el avance con pocas bajas; niños en las minas para abaratar los costes de la explotación; niños secuestrados para meterles en el mercado sexual o para vender sus órganos para trasplantes, ¡y cuántos fueron abandonados a las puertas de los conventos por sus propias madres! Y cuántos ancianos que habían dado carrera a sus hijos y, en vida, les entregaron todos sus bienes, al enfermar gravemente y en estado senil o con alzhéimer fueron abandonados, sin documentación, en barrios desconocidos o suburbios de ciudades lejanas... al clamor y lágrimas de estos viejecitos, allí mismo, más de uno tuvieron un “buen samaritano” que los acogió en su casa humilde y los cuidó; a otros los llevaron a residencias para ancianos donde tuvieron hogar, alimentos, medicinas y también jóvenes voluntarios que les acompañaban y que les escucharon... ¡Hijo mío, ¿dónde estás?; parecidos lamentos son los de madres que perdieron sus hijos en guerras inciviles. ¿Quién negará que estos hechos de maldad son pecados graves de los poderosos? ¡Y luego quieren encubrirlos diciendo que son “víctimas de la fatalidad”, como si ésta se produjera por circunstancias! ¿Cuáles? ¿Un vendaval, un terremoto...? ¿Es que estos sucesos naturales tienen coche, armas o látigos? ¡Señores, no!, en esas bestialidades vemos el pecado del mundo y los amantes del mal, de la traición y de la soberbia. A fuer de sinceros, son aberraciones y rabias del enemigo de Dios y de sus secuaces.
¡Hay qué comenzar a actuar y hablar! y hacer presente a nuestro Dios de amor con esperanza real y única solución de cambio, y darnos cuenta que el Señor sólo tiene los corazones y manos nuestras y las de todos los creyentes en Él y de todos los hombres y mujeres “de buena voluntad”, ¡cuántos seríamos! Si queremos, el mal desaparecía en 24 horas, el cambio quedará hecho por todos y la humanidad será compasiva, solidaria, respetuosa de la dignidad de niños, ancianos, enfermos, obreros, extranjeros. Una humanidad así es un ser de Dios. Tenemos que ser más humanos y abrazarnos al que sufre: esto es vivir la Cuaresma.
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