Santa Teresa de Jesús, la monja andariega
Acabamos de celebrar un cumpleaños excepcional. No todos los días se cumplen quinientos años y se consigue conservar la frescura, la rozagancia, la fuerza de alma y la generosidad de espíritu, sin que los años se hayan quedado como estabilizados, fosilizados, mejor diríamos casi sin pasar por los avatares de una personalidad que conserva su vida como un vivir de perennidad. El STJ 500, logotipo que evoca con cariño a Santa Teresa de Jesús, en su 500 aniversario, ha puesto de actualidad –cosa poco menos que insólita en medio del laicismo galopante, que pretende invadirnos– a una santa excepcional: por solar y casa, los de don Alonso Sánchez de Cepeda y doña Beatriz de Ahumada, por ciudad y villa de nacencia y noble alcurnia, la bien murada en medio de tierras castellanas, la vetusta y recia Ábula, la Ávila de los mil y un avatares, capaces de hacer desbordar historias y más historias colmadas a rebosar.
¿Tenía la Teresa abulense, la niña que aquel 30 de marzo de 1515 venía al mundo con raigambres que la vincularan a viejas herencias, a prístinas glorias y esencias de sangre hebrea? Qué más da, si los pomos en que se conservaran las medulares esencias trasladadas de siglos de ancestralidad iban a traducirse en frutos los más óptimos de la Cristiandad. Cuánto disfruta el alma y cuánto el alma se serena, escrutando lejanas lecturas de infancia de aquella niña, acompañando circunstancias de un vivir que parecía no tener más meta que ser "mártir" en tierras de hostilidad. Un alma generosa y noble que un día venturoso arribó al carmelo de la Encarnación de Ávila para "hacer profesión en religión", para "darse por entero a Dios" y no tener por esposo y dueño más que al que para ella lo sería ya de por vida, vinculado inseparablemente a su nombre de pila, Teresa, para no separarlo ya, por jamás de los jamases, del de Jesús.
Una andadura casi perenne por la historia, un transitar casi inacabable por todos los caminos, primero de la Castilla inabarcable, después de Al Ándalus generoso en acogidas, por todos los lugares donde una tierra acogedora y sensible se abriera a horizontes nuevos. Un carmelo por meta para reformar. Bien pudo decirse que a aquella monja andariega le tiraban los caminos, casi en próxima medida a como lo estaban de continuo haciendo los conventos. Los polvorientos caminos de casi toda la rosa de los vientos fueron trillándolos sus endebles sandalias, en carromatos de infierno, en mula o en asno, en diligencias o en caballerías, no importaba lo que fuera, no importaban tampoco las noches en míseras posadas o al raso bajo algún copudo árbol o bajo el cabildo de una pobre ermita, o en las casas que acendraban la caridad y la limosna.
Caminante de todos los caminos podría verse por todos los de Castilla a la madre Teresa de Jesús, de la ceca a la meca, practicando caminos con andares a pie o en cabalgadura, que a las veces también lo eran "Caminos de perfección", mientras transcribía capítulos y más capítulos de su "Vida", siempre bien vigilada por la Inquisición, por si sus éxtasis, sus visiones y las apariciones que le deparaba Nuestro Señor tenían visos de verdad o eran rayanos a la herejía. Nadie la imaginaba sino andante y caminando. Como si para ella no hubiera otras "Moradas" o sitios de posada que los que en sus místicos arrebatos perfilaba ella con anticipos en las de la tierra, pero viviéndolas ya en esperas seguras, en las del cielo, que para sí misma y para edificación de los carmelos y del resto de los creyentes perfilaba.
Acabo de ver en película, sumamente atrayente, esa vida de Santa Teresa de Jesús, su vida y el progreso de sus fundaciones. A duras penas, puedes meterte en la cabeza cómo ella, la madre Teresa de Jesús, pudo abarcar en su abrazo generoso tantos avatares, para llevar adelante la reforma del carmelo. Certificaba ella en su "Vida" la que a todas luces era bien débil, estaba bien exhausta de achaques y pesares, caminaba con grandes limitaciones, movida por el impulso del Esposo, que era cuando se revelaba ella gozosa, ágil y dicharachera. Cuando casi no necesitaba aquel bastón que, cual testigo de tantas andanzas, acaba de recorrer cual reliquia que anima a emprender siempre caminos hacia Dios, el mundo.
Que le tiraban los caminos resulta ser verdad inconcusa. Que le tiraban las posadas, las ventas y las dormidas, si era preciso, al raso, también. Que le tiraba la mística, no lo es menos. Que sabía de escribir como pocos lo hicieron en la historia de la literatura, todos lo afirmamos concordes. Que fue mujer ante todo y que, sobre bases bien cimentadas en su condición de mujer, solidificó ella su alma en la más exquisita santidad, ¿quién se atreverá a negarlo? Que fue en un todo para el Esposo salta a la vista de cualquiera que se adentre en su vida. Que a sus hijas del carmelo les moldeó sus almas, para, como en una escuela de santidades sublimes, empujarlas a dar saltos hacia la santidad patente cosa es y bien demostrable. Que fue modelo de santidad entre los santos más relevantes, si es que en punto santidades hay unas mayores que otras, sólo Dios lo sabe y ojalá lo aprendamos bien todos nosotros los que aquí abajo nos movemos en este valle de lágrimas y somos, como Teresa de Ávila bien se tenía, humildes pecadores, eso, a la verdad, sí que no lo pondremos en duda ninguna.
Teresa de Ávila, Santa Teresa de Jesús, por algo puede decírsele "monja andariega", a la que mucho le tiraron en sus progresos a la santidad, los caminos y por encima de todos el "camino de perfección", que lleva, con la gracia de Dios, a las "moradas" eternas. Santa Teresa de Jesús, santa de atractivos sin medida.
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