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Y yo con la nevera vacía

11 de Abril del 2015 - Diego Salvador de La Hoz (Oviedo)

Lunes Santo, o de Pascua, después de Domingo de Resurrección, y llego a casa tras un agradable fin de semana. En mi viaje, comparto coche con una joven estudiante; va a comenzar sus estudios de Agricultura en Stuttgart, a sus 18 primaveras.

Dialogamos, y a pesar de ser una moderna vegana, anticonsumista y demás novedades, la chica es sensata. Me informa de que en la ciudad que nos une los supermercados, tras el cierre en vísperas de festivo, tiran todas sus mercaderías a un lugar protegido con vallas de espino y cámaras de seguridad, evitando así que los más necesitados acudan a aprovisionarse de viandas. No dejo de salir de mi asombro y sigo dándole vueltas al tema, creando una protesta mental: Señor supermercado, o bien subasta sus productos perecederos la víspera de festivo a última hora o bien deja libre el acceso a ellos. Son bienes que no tienen salida, y tan sólo los menos pudientes o los muy peseteros se interesarán por ellos.

En estas elucubraciones estoy cuando, después de dos días festivos, encuentro mi nevera vacía. Y citando a Vital Aza: “De buena gana cambiaba mi lujo por su pobreza”.

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