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Benavides, de cerca y de lejos

8 de Abril del 2015 - Ramón Alonso Nieda (Arriondas)

“Don Domingo, recoleto, incluso para sus compañeros sacerdotes, luego beneficiario y canónico (sic) del cabildo Catedral”, escribe Antonio Masip en “Acerca de don Domingo Benvides”, en LA NUEVA ESPAÑA del 28 de marzo. Sonreirá Domingo al comprobar que, aunque sea a título póstumo, le hacen progresar adecuadamente, desde el beneficio a la canongía, en el escalafón catedralicio. Él, que en cierta ocasión, ante la sugerencia de si no se veía como canónigo, tuvo esta salida: “Hombre, el hombre acosado por el hambre”. No que Benavides les negara el debido respeto a las dignidades de la Catedral, en cuyo cabildo tenía buenos amigos (Arboleya, su biografiado, ¿no fue precisamente un excelente deán?); pero las cosas como fueron y, como dice un canónigo (éste, de verdad) que me honra con su estima,la vaquiña por lo que vale.

Evoca Masip un Benavides silente y respetuoso. Respetuoso, desde luego. Nunca levantaba la voz. Pero traté a Domingo durante medio siglo largo que se me hizo muy corto, y doy fe de que, para provecho y deleite de los amigos, Domingo Benavides hablaba por los codos. Lo que nos hace tanto más penoso éste, su silencio definitivo.

Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, trae Masip a colación el Gijón en plena guerra, donde apenas hubo ejecuciones en práctica y concepto de la justicia, que tanto contrasta con lo que habría de suceder luego. Nada más lejos de mi intención que tomar partido por los “hunos o los hotros” en esa siniestra competición de quién mató más o quién mató menos. Todos mataron demasiado y lo único decente es recordar con emoción a los justos sacrificados en uno y otro bando. ¿Apenas hubo ejecuciones en Gijón? En el pórtico de la Iglesiona (una de las cárceles) estaban las listas de los que de allí salieron para ser ejecutados entre julio de 1936 y octubre de 1937: más de trescientos.

El juicio que le merecen a Azaña la práctica y concepto de justicia que aplicaba el Gobiernín, de sobra lo conoce Masip. Inútil recordárselo. ¿Acaso hay peor sordo que el que se obstina en no oír? Si un ejemplo vale por muchos argumentos, oigamos el testimonio de un contemporáneo de los hechos; ilumina con luz cruda, no exenta de humor, cómo se las gastaban en aquel Gijón sede del Consejo de Asturias y León:

“Había un capellán de San Lorenzo, más conocido por el mote Sánchez Guerra, porque estaba trastornado y sustituía el dominus vobiscum por ¡viva Sánchez Guerra! Andaba con los rojos como uno de tantos y de sotana. No le pasó nada. Era republicano. Cuando llegaron los parlamentarios ingleses y belgas a Gijón para comprobar si había libertad religiosa, los gerifaltes rojos les ofrecieron un banquete e invitaron al buen capellán como testigo de excepción. Cuando tomó la palabra ante la representación extranjera dijo la verdad, sólo la verdad y toda la verdad: ‘A los curas los mataron a todos; el único que queda soy yo’”.

El pobre cura de San Lorenzo, además del dominus vobiscum, había perdido el oremus. Es posible que, en su delirio, exagerara (por exceso). Pero ¿tanto como Masip (por defecto)?

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