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La lápida de Noreña

17 de Abril del 2015 - José María Llames Arias (Oviedo)

El pasado 22 de marzo nos informaba LA NUEVA ESPAÑA de que la Corporación noreñense, con el PSOE al frente y diversas asociaciones de izquierda empujándolo, había aprobado retirar la lápida de la iglesia parroquial, lo que se ha hecho efectivo una semana después. Dicha lápida, ya desde su colocación hace muchas décadas, era un asunto de tal gravedad que venía produciendo problemas de ansiedad e insomnio entre los vecinos, siendo por ello de justicia reconocer y admirar la capacidad de trabajo sin desfallecimiento, el tesón, el denuedo con que la valiente Corporación resuelve los graves problemas de sus vecinos –¡¡y mira que alguno es realmente grave!!

Y así, una vez liberada la villa condal (¿condal? ¡qué poco republicana denominación! ¿se anima algún partido o asociación a pedir su retirada?) del yugo franquista, vuelve por fin la felicidad durante tantas décadas secuestrada.

Pero aquí hay algo raro. La izquierda arguye que se ha hecho en cumplimiento de la legalidad (se refieren a la ley de la “amnesia histórica”), y eso es lo sospechoso: si partidos y asociaciones de izquierdas ponen tanto empeño en cumplir esa ley es porque, por algún motivo, les conviene, ya que es tradición no exclusiva de la izquierda cumplir la ley sólo cuando le es favorable (en 1934 –por seguir en aquel entorno temporal– a la izquierda, que hoy reclama república, la legalidad de la II República le importó una higa).

¿Y por qué le conviene a la izquierda cumplir esta ley? Pues sencillamente porque la lápida, con el transcurrir de los años, había trascendido su carácter político y se había convertido en un elemento histórico, y ése es precisamente el motivo de su retirada.

Efectivamente, cual talibanes en Bamiyán o en el museo de Mosul, cuando la historia no nos gusta o no nos conviene hay que borrarla y reescribirla; y es que una lápida en la que se podía leer que los republicanos también asesinaban civiles estropeaba la bonita ensoñación del republicano romántico defensor de la democracia y la libertad. Para eso se tramó la ley de la “amnesia histórica”, y ése es su espíritu: borrar y reescribir.

Eliminamos lo que no nos interesa y colocamos lo que convenga a nuestra nueva historia.

Borrar y reescribir. ¿Lápida de Noreña?, no. ¿Monolitos de víctimas del franquismo?, los que quieras. ¿Placas a los niños seminaristas asesinados por republicanos en Oviedo?, no. ¿Placas a las “13 rosas”?, por toda España. ¿Localización y señalización de fosas?, sólo las de los nuestros. Borrar y reescribir, borrar y reescribir. ¿Calles de militares franquistas? Fuera todas, por antidemocráticos. Eso sí, a nuestro reconocido demócrata Carlos Marx, calles, avenidas y parques. Y así todo. Bueno, todo no. En Gijón aún se mantiene en pie la torre de la Universidad Laboral, gigantesco monolito franquista ofensivo para cualquier demócrata que alce la vista –y que desde aquí animo a demoler–, y en Oviedo hay una placa en recuerdo a Aida de La Fuente, que curiosamente no dice nada de la homenajeada, ¿por qué? Pues porque fue una demócrata mujer de izquierdas cuyo alto sentido de la democracia le hizo alzarse en armas contra la democrática República española (igualito que Franco) y que fue abatida no por tropas franquistas, como sería ideal, sino por las legales fuerzas armadas al servicio de la República. Esto todavía estamos a tiempo de enmendarlo, sólo hay que cambiar el 4 de su fecha de fallecimiento (1934) por un 9 y ya tenemos la más conveniente fecha de 1939.

Y es que, señores, la historia la escriben los vencedores, y hemos de reconocer que, 75 años después de haber perdido la guerra, la izquierda la ha ganado. Enhorabuena.

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