Mafalda nunca está sola
La primavera ha llegado con ganas y fuerza. Los días soleados, y cargados de polen y hormonas, nos anuncian que el duro invierno ha terminado. El deseado estío llegará en nada, cuando aún estamos tratando de paliar la resaca generada por el anterior.
Oviedo es una ciudad burguesa y señorial, lo cual lleva apegado el ver y dejarse ver. El pasear y consumir en los bares forma parte de los vicios burgueses, no tanto como el pagar. Con los primeros rayos de sol, las calles, parques y jardines rebosan: ancianos pueriles, adolescentes candentes y desenfrenados, madres primerizas con sus retoños, perros y demás pueblo.
La calle Uría, arteria principal carbayona, bombea a cientos de personas al menor rescoldo de luz y buen tiempo. Cuántas tardes de estudio pérdidas en el balcón del CAO endulzando la vista, afilando el deseo y cultivándome en la noble ciencia de los bustos. Es, sin duda, uno de los mejores rincones de la ciudad, al menos con las mejores vistas. Mi reino por vivir eternamente allí con un día caluroso y reluciente.
Tras recorrer Uría, topamos con el San Francisco. El antiguo huerto de la congregación franciscana es el parque de recreo y esparcimiento, por antonomasia, de los ovetenses (pese a que algunos se esparcen y recrean más en el Campillín). En estos maravillosos días, la vida, aquí, fluye a borbotones. La estrella ya no son los patos, tampoco los columpios y los distintos juegos. La reina es Mafalda. Mafalda nunca está sola, pasen a la hora que pasen siempre la verán rodeada de gente. "Selfie" arriba, foto abajo.
La sociedad actual apenas lee, mucho menos son los que lo hacen de forma asidua. Pero desde que se ha ubicado la estatua para conmemorar el premio "Príncipe de Asturias" a su creador, toda la ciudad es una ferviente lectora de la joven de Quino. Y le profesan al mendocino admiración y pleitesía. Me pregunto hasta cuándo durará esta impostura. Y si se mantendrá al cabo de los años. Como ha ocurrido con Woody Allen, otro al que todo Vetusta admira y quiere tras los afamados premios; y pocos han visto alguna de sus películas. O, por el contrario, iremos enterrando el fervor por Quino y su creación según avancen los años y los premios, hasta que la estatua quede como una ornamentación más en la ciudad.
La ciudad está repleta de monumentos que ignoramos, despreciamos y/o maltratamos. El futuro nos dirá qué ocurre con la estatua, pero si cae en el olvido y la defenestración, que pare Oviedo, que Mafalda se baja y yo, con ella.
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