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El peor enemigo del salmón

2 de Septiembre del 2009 - Alberto González García (Oviedo)

Desde la nefasta temporada de pesca recién terminada todo son cábalas y especulaciones acerca de cómo y por qué se ha llegado a esta situación, pero para los que llevamos en el río la friolera de 50 años, la situación es sencilla y se veía venir.

Todo son comentarios del porqué el salmón no entra, que si las redes de deriva, las pescas masivas en alta mar, el cambio climático, etcétera, etcétera.

Pero yo me hago la siguiente reflexión: el salmón no regresa al río o no sale del mismo. Más bien puedo afirmar lo segundo. Mal pueden regresar los salmones que nunca llegan al mar.

La cosa es bien sencilla: a los depredadores naturales de siempre (nutrias, garzas, martín pescador, etcétera) se suman los cormoranes, cuyo hábitat no ha sido nunca el río. Por tanto, es un intruso que, además, al no disponer de ningún depredador natural, campa a sus anchas por el río alimentándose del mismo.

Por otro lado, la guardería de los últimos años se compone de opositores con unos currículos notables, incluso sobresalientes en sus estudios, pero que no dejan de ser funcionarios como sus compañeros de oficina.

Dichos guardas cumplen a la perfección el cometido encargado por sus superiores en la Consejería, que saben menos que ellos. No se les puede pedir otra cosa: horario de funcionarios, repaso por los cotos, pedir permiso, licencia, DNI, revisar la pesca y cumplido su horario, como cualquier trabajador, a su casa.

Señores míos: así no llegaremos a ningún sitio, bueno, sí, a la debacle total. Entre cormoranes y furtivos con este sistema en menos de diez años no habrá en el río ni zapateros.

Yo les voy a contar dos anécdotas que a mí me han ocurrido. Una muy reciente: teniendo mi cuadrilla unos permisos en el coto de Paredes del río Esva, acudí yo solo. En un pozo en mitad del coto avisté un salmón, pero yo sólo tenía aparejos de trucha. Pasé para arriba y para abajo toda la mañana y el salmón seguía en su sitio. Cuando al mediodía me disponía a marchar a comer me encuentro paseando por el coto a un pescador de la zona. Hablamos, le digo que tengo cuatro o cinco truchas y que voy a comer a ver si por la tarde completo el cupo. Él me dice que está echando un vistazo porque tiene ese coto al día siguiente. Voy a comer, duermo en el coche una pequeña siesta para hacer tiempo y vuelta al río. Cuando voy a ver el salmón me encuentro con el sitio del salmón y del ribereño. El guarda correspondiente había pasado por la mañana y el susodicho pescador lo sabía, claro, ¡faltaría más!

Hace algo más de tiempo me sale un trabajo en Belmonte de Miranda. En los últimos días de abril o primeros de mayo, una tarde antes de llegar a Belmonte, me fijo en un tramo de río precioso, con el agua un poco canosa, ideal para la pesca. Al día siguiente, a las 7 de la mañana, allí estoy yo con mi equipo. Aparco, me pongo botas, chaleco, cesto, gorro, caña y me dispongo a hacer la mañana. Cuando me dirijo al río se detiene un coche con una chica que me pregutna si voy a pescar. Le digo que sí y me contesta que esa es una zona salmonera y, por tanto, la pesca está cerrada. Me sorprendo, le digo que no lo sabía, que ahora mismo me voy, pero lo curioso del caso es que me advierte que me dé prisa, porque es la hora de pasar el guarda, y se fue.

Pues bien, señores míos, salgo a paso ligero hacia el coche, me quito el equipo lo más rápido que puedo, y cuando estoy cerrando el capó pasa a mi lado el coche del Principado. Me libré por cinco minutos.

Pues bien, amigos, esto sólo quiere decir dos cosas. Si no se les pone remedio el río está abocado al fin de la pesca.

Primero: los guardas son funcionarios con el horario fijo, facilísimo de controlar, por lo que cumplen con pedir y comprobar los permisos en los cotos, quedando fuera de su horario habitual el río a total disposición de los furtivos que no dejan absolutamente nada que se mueva.

Segundo: si, como he leído en algunos medios de comunicación, hay más de mil cormoranes en los ríos, los números son bien sencillos. Mil cormoranes por cuatro peces diarios, y me quedo corto, son cuatro mil diarios. Multiplicado por 365 días son 1.460.000 peces al año, que sumados a las capturas de los demás depredadores y los propios pescadores, aunque alguno no pesque en la temporada ni para una merienda del gato, sumen y díganme si queda algún salmón con posibilidades de salir al mar.

Conclusión: si no salen, mal pueden regresar.

Ante esta situación sólo caben dos soluciones:

Primera: poner a los cormoranes en su hábitat natural, es decir, en el mar, puesto que su sitio nunca fue el río. No tiene por qué haber ni uno sólo.

Segunda: una guardería compuesta de ribereños conocedores del río y de las patrañas de los pescadores, con un horario flexible, no predecible, que vigilen día y noche y que sepan tanto como los furtivos. No podrían presumir de un currículum académico brillante, pero seguro que no les robaban los peces. Este sistema dio buenos resultados incluso cuando la pesca era necesaria para subsistir.

Como resumen les pondré un ejemplo: mientras el señor Ginés fue guarda en el Esva, el río estaba lleno de salmones. Yo me acuerdo cuando cogió dos veces en un intervalo corto de tiempo a unos furtivos con salmones en un saco en el coto Piedra Blanca, a las 3 de la mañana. Se jubiló y adiós Esva. ¿Hay algún guarda por la noche? Pues, sinceramente, no.

Si no se toman medidas de este tipo lo mismo da que regulen, que cambien cupos, vedas de temporada o lo que quieran. Mientras no se acabe con este tipo de esquilmadores, animales y humanos, todo lo demás son tiritas sobre una herida mortal, que no sirven para nada. Sólo para engordar a comedores que no van a resolver absolutamente nada. Y me remito al principio. ¿Por qué no entran los salmones? Muy sencillo, porque no sale ninguno.

Yo que me pasé media vida por el río, les puedo asegurar que los salmones que se libran de los furtivos para desovar se cuentan con los dedos de una mano y los alevines que se libran de los depredadores naturales son ya casi inexistentes.

Para rematar el desastre, la guardería existente, en cuanto se cierra la pesca, tienen que acompañar a las cuadrillas de caza mayor un día sí y otro también. Al no haber pescadores los furtivos son los señores del río. Yo no lo veré pero alguien en tiempos no muy lejanos se acordará de estos despropósitos, pero ya será demasiado tarde.

Alberto González García

Oviedo

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