Sabina: un viejo truhán en Gijón
Sabina se reencontraba con Gijón, con su público, jugaba en casa. El Flaco se encuentra inmerso en la gira 500 noches para una crisis, para celebrar los 15 años de la publicación de su disco 19 días y 500 noches. Esta es la ciudad de las noches sin fin, los poemas alcohólicos con Taibo y Ángel González, el pregón de torero. También la del gatillazo y del perdón de rodillas. Pero nada de esto importa, Gijón para él es especial. Pese a sus reticencias monárquicas, aquí tiene su feudo. Y puedo asegurar que Derecho a pernada, viendo la cantidad de femeninas que estaban dispuestas a entregarse a sus artes.
Yo los descubrí, a él y a su música, en uno de esos veranos eternos que acompañan a la niñez , cuando uno siempre es feliz. Largos viajes hacia el Sur, atravesando Despeñaperros o recorriendo la Ruta de la Plata. Verano del 2000: caravana, 32ºC a la sombra, un Passat negro, botellas de agua y 19 días y 500 noches sonando de fondo.
Unas 6000 almas se juntaron en el Palacio de los Deportes de Gijón para ver al Maestro, o al menos estos datos recogen los medios serios. Creo que se equivocan, porque Sabina es uno de esos artistas, al igual que los buenos matadores, que no se les va a ver, sino que se les espera. Por eso, horas antes de la apertura de puertas, y pese a ser localidades numeradas, muchos incondicionales merodeaban la zona.
Con unos minutos de retraso, ya saben; por coquetería y rocknroll, daba comienzo el concierto.
Don Joaquín interpreto el disco entero, incorporando modificaciones y revisiones a los temas, deleitándonos con alguna pieza inédita e incorporando algunos de sus más famosos temas. La puesta en escena muy cuidada, se le veía pletórico con traje verde botella, bombín, camiseta negra y botines. Según transcurría el concierto fue modificando su atuendo, dejando claro ese punto de canalla, bohemia, snobismo anárquico y chico de provincias que le caracteriza. Porque no vale con ser torero, también hay que parecerlo. El juego de luces y sonido hacía las delicias del respetable. Quiero incidir en el fondo del escenario, conquistado por un terciopelo rojo burdel y pantalla en la que predominaba la proyección de dibujos del de Úbeda, sobre todo mujeres, y mujeres desnudas. Porque puede que este retirado de los vicios y el exceso diario, pero a los placeres uno nunca renuncia por completo. Hasta la lengua, todo es hombre. Un viejo truhán, por muy viejo que sea, siempre será truhán. Y así ocurre con él.
En uno de los diálogos que entabló con el público explico las motivaciones para realizar esta gira, incidió en que tras la grabación de 19 días y verse afectado por un ictus (del que no hay síntomas de marichalazo) no había consumido más cocaína y no recomendaba su uso. La gente aplaudió, cristiana hipocresía. Sea como fuere, esta obra maestra de la música (al igual que otras muchas) se la debemos a Joaquín, a la coca y al Whisky con hielo. No se engañen.
Con temas como Barbie Superstar, en la que realizo una magnífica verónica incluyendo al Sporting y ganándose al auditorio; Y sin embargo y Princesa el Palacio de los deportes estalló, ya nadie permanecía sentado en sus localidades. Todos rendidos ante J.S. Cerraron con Pastillas para no soñar y entonaron La canción de los buenos borrachos mientras se despedían, en las pantallas una morena de la primera fila con un Croc-Top (o así me han dicho que se llama) amarillo y de muy buen ver, que casi justificaba el precio de la entrada.
Joaquín Ramón Martínez Sabina abandonó el escenario gijonés a hombros y por la puerta grande. Como escribió: Lo atroz de la pasión es cuando pasa,/cuando, al punto final de los finales,/no le siguen dos puntos suspensivos. Le esperamos de vuelta pronto.
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