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¡Cervantes, éureka!

20 de Abril del 2015 - José Antonio de Lillo Cuadrado (Moreda)

No hay duda de que los trabajos que se realizaron para encontrar los restos de Cervantes despertaron curiosidad, ilusión y también cierto escepticismo. Tiene sentido creer que descansan en la cripta del monasterio de las monjas Trinitarias. Al fin, él fue rescatado de los "baños de Argel" por frailes de esta misma orden. Ahora bien, el final de la investigación, después de casi cuatrocientos años (el que viene se cumplirán) y en ausencia de otras posibilidades, el resultado no podía ser otro que "no se sabe a ciencia cierta". Acerca del caso escribió un artículo, publicado en LA NUEVA ESPAÑA del martes día 7 de este mes, Manuel García Linares, titulado "¡Eureka, Cervantes!". El autor centra sus críticas en la afición que existe en España a abrir tumbas y en lo poco que se lee lo escrito por los propietarios de los restos exhumados, en este caso de Cervantes, con referencia al "Quijote". No le falta razón, pero la insinuación resulta inútil. No tendrá eco. Las estadísticas dejan en evidencia la poca afición a la lectura que existe entre los españoles. Y no se lee, a pesar de sus beneficios: la lectura amansa las fieras, como la música, alimenta el espíritu, entona la "psique" y cura ciertos males que tienen que ver con la cerrazón de la inteligencia. El autor del artículo bien podría hacer suyo, con algún retoque, aquello de que si hubiera más Cervantes, se necesitaría menos Prozac.

Otra cosa es el "eureka" del título. Vamos a suponer que los arqueólogos, en su momento, solicitaron la ayuda de Arquímedes y que, entre todos, encontraron el verdadero cuerpo de Cervantes. Este ilustre físico siciliano no habría exclamado "eureka", con acentuación llana, como es habitual y ya recoge el DRAE. Habría lanzado a los cuatro vientos un glorioso "éureka", con acentuación esdrújula, que es más solemne y contundente, y la más apropiada para celebrar momentos que merecen pasar a la Historia.

De todos modos, el hallazgo de los restos de Cervantes nada o casi nada puede añadir al conocimiento del "Quijote" ni a la Historia de la Literatura. Como tampoco pasaría nada si durante otros quinientos años no llegara a saberse si el autor del "Lazarillo" fue o no fue Diego Hurtado de Mendoza. No hace mucho, varios diarios publicaron, a toda plana, el descubrimiento de documentos que acreditaban la existencia real del personaje que había servido de modelo a Cervantes para dar vida al "caballero de la Triste Figura". Nunca se habló más de tal hallazgo. Del convento de las Trinitaria sólo se sabe que las monjas piden tranquilidad para ellas y paz para quienes descansan entre sus muros. En resumen, con modelo y sin modelo, con cenizas y sin ellas, con éureka o con eureka, el noble hidalgo seguirá yendo desde La Mancha a Sierra Morena. Y seguirá siendo el mismo que, desde las orillas del Ebro, en la provincia de Zaragoza, se lanzó a la aventura del espacio a lomos de "Clavileño". Aquél a quien el bachiller Sansón Carrasco esperó en Barcelona para devolverlo a la aldea. Y así un siglo tras otro.

En cuanto a Arquímedes, Cicerón declara orgulloso en sus "Cartas tusculanas" que fue él quien descubrió el túmulo que guardaba los restos de aquel sabio griego de Siracusa y que el mundo no se habría enterado de no haber sido anunciado por un hombre, el mismo Cicerón, nacido en Arpino (Italia). Seguro que lanzó otro "éureka" cuando, en su presencia, las autoridades locales ordenaron limpiar la maleza que cubría un sepulcro que, confirmando sus sospechas, resultó ser el de Arquímedes.

Los verbos griegos, y ahora también sus colegas los latinos, están indefensos ante las continuas reformas educativas. Así nos va por estos pagos.

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