Carlones y el oso de dos patas
De Moreda, importante localidad allerana situada en el regazo del Picu Moros, parte el valle de Río Negro, otro hermoso paraje rural allerano cargado también de tipismo y de historia. En él, destaca el pueblín de Murias por la cultura y saber que generó y expandió su colegiata, con sus “dómines”, obra pía fundado por el brigadier Solís, hijo del lugar que llegó a ser una importante y destacada figura militar en el Virreinato de Nuevo México. Y en Murias tiene uno su corazoncito, un recuerdo muy entrañable, porque siendo muy niño pasé un verano allí inolvidable, en donde una tía, hermana de mi madre, ejercía de maestra. Murias supone mucho para mí, porque allí conocí la montaña y nació mi pasión y querencia por ella, aquel inolvidable verano, con aquellas buenas gentes y grandes paisanos, como Carlos Fernández Argüelles –Carlones, por su estatura y corpulencia–, famoso por sus bromas, y Felipe Fernández García, conocido como Felipe el de Carreracima, que mucho sabía del brigadier Solís porque su abuelo había sido amigo suyo, tema interesante que aquí traeremos en otra ocasión.
Y en Murias de Aller estamos, rebobinando el tiempo y los recuerdos, para dar vida a sus paisanos, a los que uno conoció, trató y admiró. Además de Carlos, o Carlones, y de Felipe el de Carreracima, obligado considero recordar a los Jaime “Caleya”, padre e hijo, orgullosos de su sobrenombre, que su prestigio han dado también a Murias, sobre todo Jaime “Caleya” hijo, que fue una figura destacada en la canción asturiana, como Carlitos, hijo de una gran mujer, Salustiana –sí, una gran mujer, que recuerdo con cariño–, dotado también de una buena voz. Los dos demostraron ser unos grandes intérpretes de la canción asturiana, lo que demostró Jaime “Caleya”, una vez más, antes de abandonarnos para siempre, quedando pendiente una comida que los dos teníamos apalabrada. Porque nos unía una buena amistad. Salustiana, Felipe, Carlones, Carlitos y los “Caleya”, no son más que una demostración de la buena xente de Murias y del valle de Río Negro.
Retomando el recuerdo de Carlones, conocido también como Carlos el de la Cuesta y Carlos el del Molín, vamos a contar aquella broma suya del oso de dos patas. Un día, un paisano de Santibáñez, aterrorizado, pasó por Murias diciendo que había visto un oso en el puerto del Rasón. Y para el lugar que le dijo el de Santibáñez, se fue corriendo Carlos, escopeta en mano. Lo que ocurrió, así nos lo contó él: “Cuando chegué, el osu ya nun taba, pero sí un paisanu tirando el calzón detrás de un matu, y duru debía tar por lo muncho que puxaba y les berríes que pegaba. Y entós ocurrióseme ayudalu a “descorchar” pegándo-y un susto, que fue lo que fice. Sin que me viera, púseme detrás de él y disparé al aire los dos cartuchos de la escopeta. Fue mano de santu, rapaz, porque vaya si “descorchó” aquel paisano, que resultó ser un vecín de Pindilla, pues si se descuida echa hasta el fégado”. Carlos hizo una pausa, soltó una carcajada, y añadió: “Bueno, nun te digo más cómo sería la cosa, que el de Pindilla dexó de puxar y berrar y terminó cuchando tou el Rasón”.
Así era Carlones, de Murias, todo un personaje, cuyas bromas se hicieron famosas en todo el concejo allerano. Quizás ésta, que acabamos de recordar, pueda resultar, digamos un tanto gruesa o basta, pero no cabe duda de que tiene una gracia tremenda.
Ricardo Luis Arias
Aller
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