Günter Grass y Joseph Ratzinger
La muerte de Günter Grass deja en silencio su “Tambor de hojalata” para siempre. El que fue un joven nazi convencido, libre y militante activo de la SS, renegó de su pasado violento, que le marcaría de por vida y le convertiría, cuando descubrió “La peste” de Camus, en conciencia crítica de la Europa decadente y burguesa, por lo que fue incluso premiado con el entonces premio “Príncipe de Asturias”, hoy “Princesa de Asturias”.
Günter Grass siempre ha sido objeto de vivas discrepancias, y sumisas y acríticas adhesiones. No han faltado cráneos sectarios y mentirosos que han aprovechado el pasado juvenil nazi de Grass para descalificar al papa emérito Benedicto XVI, acusándole de lo que no fue y de militar en donde no militó. Ésa fue una mentira que propaló cierta prensa británica claramente anti-Ratzinger con un doble objetivo: descalificar al papa recién elegido y desautorizar a la Iglesia en sus fieles católicos y en su jerarquía, algo permanente desde que Enrique VIII se autoproclamó máxima autoridad de la Iglesia de Inglaterra, privilegio tan extemporáneo que aún lo mantiene la reina Isabel como su mayor título de gloria.
El papa Ratzinger, el gran defensor de la verdad y de la razón, ha confesado que nunca perteneció ni voluntaria ni involuntariamente. En una entrevista concedida a un gran periodista nada sospechoso, Peter Seewald, ex redactor del “Der Spiegel”, a la pregunta: “ Dígame, cardenal, ¿usted ha sido miembro de las Juventudes Hitlerianas? Responde: “Nosotros nunca pertenecimos a las Juventudes Hitlerianas, pero en el año 1941, mi hermano sí fue obligado a formar parte. Yo era demasiado pequeño todavía, pero después fui inscrito por los responsables del Seminario. Pero cuando salí del Seminario no fui más por allí, y eso me creó bastantes dificultades, porque sólo podía obtener dinero si frecuentaba las manifestaciones de las Juventudes Hitlerianas. Menos mal que había un profesor de Matemáticas que era nazi pero, gracias a Dios, muy comprensivo –era un hombre honrado– que me advirtió: “Ve al menos una vez para que te den el carné” y, al ver que yo me negaba, me dijo: “No te preocupes, te comprendo, yo iré por ti” y me libró de aquella obligación”.
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