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El comandante Caballero

30 de Septiembre del 2009 - Fermín Alonso Sádaba (a)

Como contestación al lamentable artículo de Manuel Lombardero publicado en LA NUEVA ESPAÑA el día 27 de agosto, relacionado con la figura del comandante Caballero, nos vemos en la obligación de relatar los hechos acaecidos el día 19 de julio de 1936, en los que participó el comandante Caballero.

El coronel Aranda, en la sala de banderas del Regimiento «Milán» 32, de guarnición en Oviedo, se reúne con jefes y oficiales de todas las armas y de la Guardia Civil.

«Señores jefes y oficiales», dice el coronel Aranda, «juzgo innecesario exponer a ustedes la gravedad del presente momento.

»–Hay que reducir todo foco de resistencia en el interior de la ciudad. Barrerla de los milicianos rojos será cosa fácil, pero la Guardia de Asalto se batirá bien. Es buena gente, pero la casi totalidad de sus jefes son rojos: habrá que reducirlos.

Un comandante se adelanta y dice: «El comandante Caballero se encuentra en Oviedo. Él mandó el 10.º grupo de Asalto. Tiene gran prestigio y los guardias lo adoran».

–¿Saben ustedes dónde se encuentra?

–El teniente Cabezas, que sirvió a sus órdenes en Asalto y está aquí presente, lo sabe.

–Teniente Cabezas: tome usted un coche ligero y cuatro números de la Guardia Civil como escolta y vaya a buscar al comandante Caballero.

Llega el comandante Caballero al Regimiento «Milán» y se presenta al coronel Aranda, quien le dice: «La guarnición de Oviedo se ha unido al alzamiento militar. No necesito preguntarle si está usted con nosotros».

–Yo estoy siempre al servicio de España, mi coronel.

–Únicamente no se han unido al movimiento las tres compañías de Asalto. Quiero evitar una lucha inútil, pero los mandos son casi todos rojos. Por eso lo he llamado.

–Voy al cuartel de Santa Clara –dice el comandante Caballero– y antes de una hora, si no he muerto, la Guardia de Asalto estará al servicio de España.

–Muy bien y... ¡Viva España!

En las cercanías del cuartel de Santa Clara, por la parte que da al teatro Campoamor, hay un retén de guardias de Asalto bajo el mando de un sargento. Llega el comandante Caballero y el sargento le da el alto:

–¿Quién vive?

–España, vuestro comandante, el comandante Caballero.

El comandante avanza lentamente hacia el retén de guardias de Asalto, y el sargento le dice: «Mi comandante, retírese usted; no queremos hacer armas contra usted, pero tenemos órdenes de que no pase nadie».

–De orden del comandante militar de Asturias, y en nombre de España, vengo a hacerme cargo del mando del décimo grupo de Asalto. No tenéis más que dos caminos: obedecerme o matarme. Decidid pronto; pero si me matáis, será por la espalda porque ahora mismo voy a tomar posesión del cuartel. ¡Viva España!... ¡Tirad si queréis!.

El sargento va detrás de él y le dice: «Si le matan a usted, nos matarán a los dos. Yo estoy a sus órdenes siempre».

«Yo también... ¡Y yo!... ¡Y yo!... y todos», contestan los guardias.

–¿Qué ocurre? –pregunta el comandante Caballero.

–El cuartel está lleno de rojos. El comandante les abrió las puertas esta mañana y los está armando. Hay cerca de mil.

Entran en el cuartel subiendo por una escalera estrecha; llegan a una compañía donde hay varios guardias que se unen al comandante Caballero.

Un cabo de otra compañía se echa el mosquetón a la cara y dispara sobre el comandante.

–¿Está usted herido, mi comandante?

–Un rasponazo en el hombro.

El comandante se asoma a la ventana gritando: «¡El cuartel es nuestro... Rendiros!... ¡Viva España! ¡Viva el Ejército!»

El patio del cuartel de Santa Clara está atestado de mineros y milicianos. También están el jefe del décimo grupo de Asalto, el comandante Ros, y algunos oficiales y varios guardias.

Al aparecer el comandante Caballero le saludan con una descarga de balas que rebotan a su alrededor y se produce una desbandada general. En un momento el patio está completamente vacío, por lo que no pudo el comandante Caballero, de ninguna manera, ametrallar a los milicianos que estaban en el patio del cuartel de Santa Clara.

El comandante Ros y algunos oficiales se refugiaron en el polvorín.

«El cuartel de Santa Clara es nuestro», le dicen al comandante Caballero

–Le prometí al coronel Aranda que antes de una hora dominaría el cuartel y solamente han transcurrido tres cuartos de hora para que el cuartel de Santa Clara esté al servicio de España y del Ejército.

(...)

En los primeros días de octubre de 1936, se desarrollan en la posición de la Loma del Canto grandes combates. Ha muerto heroicamente el teniente coronel Iglesias, del Regimiento «Milán».

El comandante Caballero, al enterarse, dice a su ayudante: «Comunique al general Aranda que salgo para la Loma del Canto para hacerme cargo de la posición y que no saldré de allí hasta que la situación se haya resuelto o hasta que vaya a reunirme con el teniente coronel Iglesias».

Los rojos han tomado la posición de Los Solises, el comandante Caballero se dirige a la posición ocupada y logra recuperarla.

De vuelta a la posición de la Loma del Canto, el comandante Caballero rueda por el suelo con una herida en la cabeza. Lo llevan a la enfermería y el alférez médico lo examina y dice: «No ha muerto todavía. Está gravísimo. Tiene la cabeza atravesada».

El comandante Caballero no murió de aquella herida pero perdió un ojo.

La Hermandad de Defensores de Oviedo no es una anacrónica ni esperpéntica asociación. Es una asociación apolítica –no marxista, claro está– que sigue fiel a los ideales de la defensa de la unidad de España, del destino cristiano de la vida, de la familia y de una convivencia justa y pacífica. A ella acuden cuantas personas así lo desean para conocer mejor la historia de Oviedo, de Asturias y de España.

Todos los que se acercan a la Hermandad encuentran en ellas las atenciones más exquisitas que pudieran encontrar en cualquier otra parte. Jamás atentamos contra nada ni nadie, y atendemos a todos, a todos, con el mayor cariño y educación.

Es una asociación ejemplar, no solamente en Oviedo, sino en toda España, y así se pregona.

Deje en paz los «pantalones del comandante Caballero», nosotros los seguimos llevando.

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