No sin mi móvil

3 de Mayo del 2015 - Faustino Busto Pison (oviedo)

Ya alguna vez comenté que pertenezco a un grupo de Facebook “adictos a Oviedo”. El otro día hicimos una quedada. La media de edad, más o menos cincuenta años. Cuál sería mi sorpresa, el único sin teléfono yo; el resto, teléfonos de última generación. Esto me obligó a escribir esta nota.

El primer móvil que vendí era un móvil de la serie 400, por 450.000 de la época. No voy a decir quién lo compró, porque todavía se debe acordar de mí. Pesaba más o menos siete kilos, pero lo peor era la cobertura.

De ahí, se pasó al Moviline, más pequeño, con más cobertura, pero analógico. Yo, por razones de trabajo, tenía un pequeño escáner, y venía por las conversaciones ajenas, algunas de lo más jugoso. Al principio era escasa la población que disponía de un receptor; así que cuando sonaba el pitido (el que traía) en un bar, todo el mundo te miraba, te sentías importante. Se vendían, supongo que en los chinos, unas imitaciones de plástico negro, que se pegaban en el salpicadero del coche, y había gente que, cuando paraba en el semáforo, hacía como si hablara.

Por último, en el gran paso al digital, y sobre todo la liberación de las comunicaciones, a mí me tocó formar parte del estudio de la plica de Airtel. Recuerdo al técnico señor Bustillo viajar de aeropuerto en aeropuerto con su mochila como único equipaje. Se pensó, creo acertadamente, en capar los móviles y regalarlos, con el fin de crear un mercado rápido.

Me acuerdo de una reunión con Juan García Conde, cuando empezábamos los dos, él en Telecable, con el fin de vender, móvil, cable y televisión... qué tiempos viéndolo desde el punto de vista de un jubilado.

Era tal el ansia por tener un móvil que dábamos altas antes de tener cobertura. La gente hacía cola por las escaleras de mi oficina para hacerse con un móvil sin saber muy bien lo que era. Hoy en día la tecnología GSM y la red están presentes en todo el mundo, son pequeños pequeños ordenadores, se escribe, se hacen fotos, se trabaja vía webcam, aplicaciones médicas, etcétera.

A mí, personalmente, me salvó la vida. Me dio un infarto en el coche y, gracias al móvil, cuando llegué, tenían todo preparado.

Pero he leído que un australiano ha creado lo que se llama “anti-phubbing”, para concienciarnos de los actos nocivos de esta tecnología. Como diría Astérix, “están locos estos australianos”.

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