En recuerdo de un amigo
Nacimos en el mismo pueblo, Cartavio (él unos años antes), fuimos a la misma escuela, compartimos catecismo, juegos, salidas a fiestas y a lo que en aquellos años se llevaba. No olvidaré nunca las meriendas en el Esteler de los domingos por la tarde ni los “asaltos” a algunas pomaradas pobladas de frutas muy variadas y apetecibles. Él, al Instituto de Navia; yo, al Liceo. En el año 1970, él se incorpora al servicio militar y yo me traslado a Oviedo para incorporarme a mi primer puesto de trabajo; nos distanciamos en el espacio, pero nunca en la amistad, el afecto ni el cariño; siempre nos hemos mantenido sabiendo el uno del otro. Cuando él finaliza su periodo de “mili”, se incorpora al benemérito cuerpo de la Guardia Civil. Ejerció como guardia civil en distintos destinos y localidades: Boal, Mieres, Pola de Lena, Santander, Covadonga y finalmente se retira en el aeropuerto de Asturias (Ranón) con el grado de subteniente. Para él comienza una nueva vida, es joven y disfruta de una espléndida salud. Construye una vivienda en Cartavio en una preciosa finca solariega rodeada de pomares y otras especies autóctonas que él cuidaba con mimo y cariño, para lo que siempre contó con el asesoramiento de nuestro buen amigo Basilio. Curiosamente la finca se encontraba situada a escasos metros de mi casa natal. Un día de la Hispanidad, fiesta del Pilar, patrona de la Guardia Civil, y como en otras ocasiones y con motivo de la celebración de la misma, se traslada a Santander a celebrar esa festividad con los que habían sido durante muchos años sus compañeros de profesión, participa en el almuerzo y es “retado” a disputar una partida de cartas a la hora de los cafés; no se encuentra bien y se retira a descansar, no hay partida; ya no se encuentra bien; al día siguiente regresa a Gijón, donde tenía familia, y allí descansa unos días, no se recupera y pide que lo ingresen en un centro sanitario. Yo he tenido la oportunidad de visitarlo en varias ocasiones durante sus reiterados ingresos y debo decir que desde que se le diagnosticó el “gran mal”, cada vez que lo visitaba, yo salía más reconfortado con lo que él me transmitía a mí que lo que yo le intentaba transmitir a él; he recibido auténticas lecciones de cómo encajar y afrontar las adversidades que la vida nos depara. “Tengo la maleta preparada”, “doy gracias a Dios porque he cumplido más años que mis padres y mis hermanos”, “quiero cumplir los 67”. Eso me hacía pensar. Era un hombre tranquilo, dialogante, culto y cordial, amigo de sus amigos y siempre dispuesto a ayudar; valiente donde los haya, como quedó demostrado en cómo afrontó su último destino. Creyente y practicante; antes de “marcharse” y pese a su delicado estado, se desplazó a Covadonga para despedirse de la Santina, de la que era muy devoto y, aprovechando el viaje, hizo entrega de las condecoraciones que le habían sido otorgadas a lo largo de sus años de servicio en la Guardia Civil al Museo de Covadonga; afrontó su dura enfermedad con una resignación envidiable y digna de admiración; para mí, un auténtico ejemplo digno de ser imitado. Desde el día 28 de abril, ya descansa para siempre en Cartavio. Que lástima, amigo Leonardo, que no puedas ver tus pomares floridos, yo los vi y contemplé cuando regresaba a mi casa después de acompañarte a tu última morada; ¡estaban precisos!... Y su floración apuntaba hacia arriba... Eso puede ser significativo de algo bueno; seguro que sí. Yo, por lo menos, así lo veo.
Hasta siempre, Leo.
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