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Músicos callejeros

10 de Mayo del 2015 - Coro Junquera Lantero (Oviedo)

En muchos países donde la música está en la calle desde hace mucho tiempo no era extraño ver a los músicos interpretando bajo el frío o con la llegada de la primavera.

Pero aquí, en España, y más a más en Oviedo, no hace mucho que podemos verlos a diario en nuestras calles.

Primero eran instrumentos como el acordeón o la guitarra, y ahora tenemos violinistas en plena calle deleitándonos con sus notas.

Me encanta ir deprisa o despacio y oírlos, que me acompañe durante un tramo su música, me parece una manera de hacer la ciudad más acogedora, más humana.

Cuando escucho tangos, me acuerdo de mi padre en la ducha cantando “Garufa”, o en un día sensible trasladarme a París, o que me lleguen las notas de una melodía clásica que no sé reconocer pero que me llena de paz.

Me gusta ver a los más jóvenes, solistas o en grupos, porque tienen una manera diferente de poner a la vista de todos sus habilidades musicales.

Aquí no tenemos metro, pero en ciudades como Madrid ya hay hasta oposiciones para acceder a los puntos musicales de las estaciones de metro como si de un acceso al Conservatorio se tratase.

Es como si la calle se hiciese más casera, más sensible.

Dicen que la música amansa a las fieras y puede que un poquito de ella en la calle nos venga bien para no ir tan sin vivir por la vida .

No tiene nada que ver con la música callejera, pero sí con la sensación de una ciudad más cálida, y por eso traigo aquí también la sensación tan plácida que me produce ver a la gente joven sentada en los jardines, los parques, las zona verdes.

Si a algo teníamos miedo los niños de mi época que jugábamos en el Campo San Francisco, era al guarda que, uniformado y con su porra, paseaba incansablemente por el parque y a cualquiera que osara pisar la hierba, como mínimo, le caía una bronca.

La primera vez que fui a Londres, siendo adolescente y vi a todos disfrutando de la hierba (prado verde), en Hyde Park, me quedé con la boca abierta.

Y no pasaba nada, ningún guardia de la porra corría detrás de ti, nadie miraba a nadie con cara de preguntar qué estás haciendo, y era muy relajante...

Estas pequeñas cosas, y otras, por supuesto, hacen de las ciudades lugares menos hostiles, más agradables para vivir .

Sobre las personas que piden una ayuda económica en la calle, no me gusta la palabra mendicidad, suena a enfermedad contagiosa. Lo dejo para otra entrada de blog, sólo decir que la solución no es retirarlos de la calle como a las colillas, según mi modesta opinión .

Y son parte de nuestra sociedad, nos guste o no. Mejor pararnos a pensar cómo y por qué se llega a situaciones así, lo que quizás nos ayude a encontrar soluciones y a no quejarnos o hacer la vista gorda.

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