Juan Ramón Díaz, de la estirpe de los periodistas
En el archivo gráfico del “Faro de Vigo” (del mismo grupo editorial que LA NUEVA ESPAÑA) hay una foto mítica del año 1964. Es la despedida de los intelectuales gallegos a Manuel Cerezales, exdirector del diario gallego decano de la prensa española. Junto al gran periodista y crítico literario, forma toda la constelación de escritores de la época: Cunqueiro, Castroviejo, Fernández del Riego, Alberto Casal, Paz Andrade, Julio Sigüenza, Isidoro Millán... Y entre la treintena de personalidades, un jovencísimo Juan Ramón Díaz. Representaba a la nueva generación de periodistas, y empezaba a despuntar como el gran profesional que sería en el futuro.
En estas páginas queda el sello de su calidad. Por ejemplo, la entrevista con la joven Cayetana de Alba, de paso por Vigo con su marido el duque, en viaje desde Estoril, donde tuvieron una audiencia con don Juan de Borbón, camino de Monforte. O la conversación con Carmen Laforet, que va a tomar el barco, en su primera gira como conferenciante en EE UU, donde se encontrará con R. J. Sender.
Con los méritos ganados en “Faro de Vigo”, Juan Ramón Díaz se va a “La Voz de Galicia” a hacer carrera. Pronto llegará a director, con Fernández Xesta, que también comenzó en el “Faro”, como su más estrecho colaborador.
En su etapa al frente del periódico coruñés, al que colocó en lo más alto en circulación y difusión –cotas nunca igualadas–, Juan Ramón se convierte en uno de los personajes de referencia de Galicia, no sólo en el periodismo sino también cultural y socialmente.
Fue un personaje sabio, templado, amigo de los amigos y muy gallego, aunque habitualmente hablase en castellano.
Antetítulo: In memoriam
Subtítulo: Retrato del gran impulsor de La Voz de Galicia, hijo de José Díaz Jácome, que dirigió La Voz de Asturias
Practicaba las cualidades que recomendaba y practicaba su padre, José Díaz Jácome, excelente poeta, antiguo redactor jefe de “Faro” y que terminó su vida profesional en Oviedo, como director de “La Voz de Asturias”. Su máxima era ésta: “Verlas venir, dejarlas ir, y parar”.
La vida de Juan Ramón Díaz, como la de su paisano Álvaro Cunqueiro, está plagada de anécdotas. Unas ciertas, otras inventadas, otras no se sabe, en especial las que se refieren a su astucia.
Era tan respetado que, en las reuniones de los profesionales o en los actos oficiales, todos le cedían la palabra para que hablase en nombre del colectivo. Unía a su inteligencia el don de la palabra, pronunciada calmosa, acertadamente. Nunca se ponía nervioso. Hasta Manuel Fraga, en pleno poder, se mostraba deferente con él, cuando con otros no escatimaba intemperancias.
Después de dos décadas de éxito profesional y para el periódico que dirigía, porque en la vida acechan imprevistos, cuando estaba en la cima, le llegó el relevo. Su cuota profesional estaba colmada. Podía pensarse que se retiraba de la primera línea, y hasta de la profesión, pero no pudo superar la nostalgia y se embarcó en la aventura de montar un grupo de diarios en torno a “El Ideal Gallego”.
Pertenecía a la esforzada estirpe de los periodistas vocacionales, que había iniciado su padre, José Díaz Jácome, en los difíciles años treinta, y que ejerció hasta los noventa para retirarse como cronista oficial de su Mondoñedo natal.
Juan Ramón Díaz García tampoco se rindió por el bien de la profesión, del pluralismo informativo, y de cuantos lo conocieron y trabajaron a su lado, porque ha sido un maestro de periodistas. Y un marido –Mariela, la mujer de su vida, lo sabe bien– y un padre excelente.
Se nos ha ido repentinamente, a la edad de 74 años, cuando todavía albergaba sueños e ilusiones para los periódicos de su grupo de Editorial La Capital, del que era vicepresidente. Es una pérdida irreemplazable, pero queda su ejemplo profesional y humano. Con él nunca se estaba a disgusto. Poseía la virtud de hacer sentirse cómoda a la gente.
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