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El beato Álvaro del Portillo, Opus Dei

12 de Mayo del 2015 - Rafael Gutiérrez Amaro (Granada)

El día 12 de mayo, coincidiendo con su primera comunión, es -a partir de ahora- la fiesta del Beato Álvaro del Portillo. Este año la primera.

El Beato Álvaro del Portillo fue el primer sucesor de San Josemaría como prelado del Opus Dei.

Álvaro nace en Madrid en 1914. Su familia era una familia acomodada, su padre trabaja como abogado en la sede central de Madrid de la compañía Plus ultra, puesto de prestigio en aquel entonces dada la categoría de la aseguradora.

Eran ocho hermanos y Álvaro era el tercero de ellos. Su familia era una familia profundamente cristiana en la que se vivía con fidelidad las bienaventuranzas y la doctrina de la Iglesia.

Él, estudia Ingeniero de Caminos, y una vez terminados sus estudios conoce al fundador del Opus Dei y con prontitud recibe la vocación. Prontamente también a petición de San Josemaría se preparó y se ordenó sacerdote junto a otros dos fieles laicos del Opus Dei. Y desde entonces hasta su muerte permanece al lado del fundador, como su hijo más fiel.

En la Carta del Papa Francisco a Mons. Javier Echevarría, Prelado del Opus Dei, con motivo de la beatificación de Álvaro del Portillo. Dice:

En el corazón del nuevo beato latía el afán de llevar la Buena Nueva a todos los corazones. Así recorrió muchos países fomentando proyectos de evangelización, sin reparar en dificultades, movido por su amor a Dios y a los hermanos.

Quien está muy metido en Dios sabe estar muy cerca de los hombres. La primera condición para anunciarles a Cristo es amarlos, porque Cristo ya los ama antes.

Hay que salir de nuestros egoísmos y comodidades e ir al encuentro de nuestros hermanos. Allí nos espera el Señor. No podemos quedarnos con la fe para nosotros mismos, es un don que hemos recibido para donarlo y compartirlo con los demás.

Toda la labor de gobierno del Beato se caracterizó por la fidelidad al Fundador y su mensaje, en un trabajo pastoral incansable para extender los apostolados de la Prelatura, en servicio de la Iglesia.

Su entrega al cumplimiento de la misión recibida, siguiendo las enseñanzas de San Josemaría, hundía sus raíces en un hondo sentido de la filiación divina, fruto de la acción del Espíritu Santo, que le llevaba a buscar la identificación con Cristo en un abandono confiado a la voluntad de Dios Padre, constantemente alimentado por la oración, la Eucaristía y una tierna devoción a la Santísima Virgen.

Su amor a la Iglesia se manifestaba por su profunda comunión con el Papa y los Obispos. Su caridad con todos, la solicitud infatigable por sus hijas e hijos en el Opus Dei, la humildad, la prudencia y la fortaleza, la alegría y la sencillez, el olvido de sí y el ardiente afán de ganar almas para Cristo, reflejado también en el lema episcopal Regnare Christum volumus!, junto con la bondad, la serenidad y el buen humor que irradiaba su persona, son rasgos que componen el retrato de su alma.

Del Beato Álvaro hay infinidad de escritos, yo de ellos es recogido lo más sabroso, lo más personal, lo que encaja más con su vida de santidad.

Yo conocí a Don Álvaro en Jerez de la Frontera. Cádiz, en 1972 y posteriormente en 1993, unos meses antes de su fallecimiento. Siempre a través de estos encuentros y a través de sus tertulias en video y de sus libros y artículos he quedado fascinado al ver cómo transmitía de una forma peculiarmente sencilla el mensaje de Jesucristo.

Sencillez, humildad, fidelidad plena y absoluta, lealtad, firmeza, reciedumbre, amor, cariño, ternura, delicadeza y finura en el alma. Con estos firmes pilares que formaban parte esencial de la vida del Beato Álvaro, él cautivaba cada día, él cada día nos envolvía en la burbuja de un Dios que hizo del amor el suave bálsamo de toda vivencia. Beato Álvaro: ruega por nosotros.

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