Maldita propaganda electoral
Qué hastío me produce la propaganda electoral. ¿Por qué tengo que soportar la contemplación de las calles de mi ciudad inundadas por carteles ridículos de rostros que me miran con sonrisas forzadas? Me irrita particularmente verlos en lugares donde habitualmente no hay publicidad de ningún tipo. Es decir, pendiendo como estandartes de todas y cada una de las farolas de las avenidas, en infinita y vertiginosa multiplicación. Si han de anunciarse, ya que, más que partidos políticos, a menudo parecen empresas, y más que propaganda electoral, parecen producir publicidad, que lo hagan en los espacios habilitados a tal efecto: marquesinas de autobuses, etcétera. No alcanzo a comprender por qué debo recorrer mi ciudad bajo la atenta mirada de esas caras retocadas con Photoshop que buscan que los elijamos a ellos antes que a los demás simplemente porque han salido mejor en la foto. ¿Y qué me dicen de los coches con megafonía, ese delirante espectáculo que parece salido de otro tiempo? Así, ni estando uno en su propia casa puede librarse del odioso soniquete de voces que prometen sin descanso acompañadas por penetrantes musiquillas. Sí, hasta cuando uno se cree a salvo en la tranquilidad del hogar sufre el asalto de la propaganda electoral, que se nos cuela por la ventana. No nos olvidemos tampoco de los sobres de todos los partidos y colores que llegan a nuestro nombre al buzón, con la papeleta bien preparada, no sea que nos confundamos a la hora de votar... No ha de preocuparnos el gasto de tinta y papel: no es derroche cuando se emplea con tan noble propósito como ganar unas elecciones. En fin, publicidad que nos persigue por doquier en forma de carteles, sobres y anuncios de radio y televisión. Eso sí, ni un programa electoral preciso, ni una entrevista seria en la que expongan clara y mucho menos sinceramente sus intenciones. Pero claro, todo este prurito propagandístico está tan socialmente aceptado que no se nos ocurre que un partido pueda ganar unas elecciones sin él, sino porque la mayoría lo elija en función de su ideario. ¿He dicho ya el hastío y la tristeza que provoca en mí la propaganda electoral?
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