Inquietante panorama
A mi juicio, hablar de lo que observo y oigo hoy en nuestra España no me despierta ni me incita a ninguna alegría. Me temo que a los españoles y a los europeos (en todas las partes cuecen habas), dominados por el relativismo de los valores, Simone Weil nos volvería a decir que los únicos capaces de decir la verdad son los locos, los idiotas y los marginados, pero al precio de no ser escuchados por nadie. No salgo de mi desconsuelo cuando escucho a tanto tertuliano y político producir constantemente esa paranoia de acusaciones y denuncias contra su adversario. Creo que en España, tan secularizada y en crisis, hoy más que nunca se necesitan otras formas de sensibilidad y de discursos.
Escribiendo desde mi pequeño pueblo, todo me hace pensar que los discursos sólo llegarán al corazón y a la experiencia de la gente si se ve en ellos la honradez y la coherencia que todos necesitamos. Así, por ejemplo, me resulta muy difícil entender a A. T. Bastinier (como a don Gustavo Bueno en otro tiempo) cuando habla de su ateísmo católico. En mi pueblo, creyente y pecador, siempre han entendido que un católico era alguien que envidiaba al poseído por un deseo infinito de trascendencia que tiene para él un nombre: Dios. Es muy difícil, y a veces parece imposible, ver la coherencia de la gente. Y en los que dominan la vida pública, menos.
Nadie duda entre nosotros de la importancia de nuestros líderes políticos, por ejemplo, ni de su papel tan decisivo a desempeñar. Pero a muchos nos resulta desconcertante que alguien anuncie a bombo y platillo su disposición al diálogo pero antes de ponerse a dialogar exponga sus exigencias. Y me temo que esto continúe. No veo la manera de solucionar esto si hasta se suprime el estudio de la Filosofía, desde la que nuestros jóvenes aprenderían a reflexionar y dialogar. Por algo nuestra sociedad tan neoliberal se apresura mientras tanto a subir a la palestra a tanto sofista. Son muchos los demagogos en nuestra democracia, y más aun los sofistas de tanta información y de tan pocos conocimientos. Y todo ello cuando sabemos que la realidad social planteará a nuestros jóvenes preguntas de difícil respuesta.
Y no es que la gente de mi pueblo pida que nuestros políticos sean unos santos ni tampoco unos diablillos. Sólo que sean honestos e inteligentes. E inteligente es la persona capaz de proporcionarse los medios para gobernarse a sí mismo, de modo que sus pensamientos y acciones sean adecuados y coherentes. Y pienso que un político lo es cuando, teniendo un programa de objetivos claro, determine y trabaje las cosas que se ha propuesto hacer; es decir, cuando aplique su inteligencia en el contexto de su quehacer político.
Mi gente piensa que para los jóvenes que nos vienen empujando el ejemplo es fundamental. Por otra parte, yo no veo que estas cosas sean tan difíciles. Estos problemas son comunes a todos los hombres y nuestra cultura se manifestará en la manera de entenderlos y de enfrentarnos a ellos. Tampoco piensan por aquí que la verdad es una y el error, múltiple, como ciertos políticos. Pero, en fin, tal vez mis pensamientos no tengan trascendencia alguna y les sirvan de poco. Aunque la verdad es que mi gente me va contagiando cuando me dice que las cosas más fundamentales de la vida son las más elementales. La verdad es que ya me convencieron de que la sabiduría es siempre un don de la gente sencilla.
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