Violencia filio-parental
Leo recientemente que entre un siete y un diez por ciento de las familias españolas, en su mayoría de clase media y media alta, sufre en carne propia la violencia de los hijos. O sea, entre 280.000 y 400.000 núcleos familiares se ven en esta situación. Y a mayores, un buen número de casos que no se contabilizan por el temor de los padres a las consecuencias penales que estos hechos pueden causar a sus vástagos, así como a la vergüenza personal que para muchos padres supone reconocer que un hijo le golpea y/o le maltrata.
El aumento de casos nos lleva a pensar que estas agresiones a los padres, llamada "violencia filio-parental", hace tiempo que han dejado de tener credencial de anecdóticas. Solamente el pasado año se han registrado por este problema 4.659 denuncias.
La cifra real de abusos físicos y/o verbales puede ser bastante mayor, porque tampoco se registran casos de menores de 14 años y porque muchos progenitores renuncian a hacerlos públicos por un sentimiento de culpabilidad personal.
Que la crisis ha afectado a la estabilidad emocional de muchos hogares españoles puede ponerse en tela de juicio, pero que estemos ante una cuestión que no entiende de niveles socioeconómicos elimina ese motivo como factor principal.
Tan sólo una generación atrás sería impensable que hechos como estos ocurriesen. El respeto a los padres se anteponía por encima de todo. Un adolescente podía ser un pendenciero y un bravucón en la calle, pero al traspasar el umbral de la casa paterna se amansaba. Y no le quedaba otra, pues en caso contrario se le hacía recordar el concepto de disciplina y respeto a la familia.
Jamás mi padre me puso la mano encima. Aunque a veces yo lo hubiese preferido a su fría mirada cuando tenía que ponerme en mi sitio. Y no por ello dejo de recordarlo todavía hoy con muchísimo amor filial. No era mi amigo. Era mi padre, que es ser mucho más. Los padres, sobre todo, y los educadores son los verdaderos responsables de edificar entornos de afecto y comunicación como medida preventiva.
En cuanto a los jóvenes de hoy, quizá despotriquen demasiado, pero a la larga seguro que tendrán motivos para la gratitud y la complacencia. Estoy convencido.
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