Baluarte de la democracia
A finales de los años ochenta, Jesús Hermida empezaba a ser para mí una de las caras conocidas de la televisión. No dejaba indiferente aquella manera de presentar: su voz, punzantemente reflexiva, de marcadas cadencias e inconfundibles pausas, le daban una cariz detectivesco, quizá la recóndita intriga ante un futuro plagado de preguntas. Su quehacer imprimió al periodismo un toque que resumía perfectamente lo mejor de la tradición y la vanguardia.
Pero no sería hasta 1992 cuando me aficioné a estilo del onubense, cuando dirigía un programa de debate para Antena 3. Ahí se definía uno de los puntos culminantes de una España que apostaba por las plurales voces dentro del tejido de nuestra sociedad; vivíamos en una época en la que se contaba con fuerzas políticas de estimable madurez, así como una opinión pública muy bien formada. La confluencia de diversos medios con totales disposiciones también contribuyó a analizar a fondo la actualidad más candente.
“La noche de Hermida” o “Hermida y compañía” son programas que al cabo de los años recuerdo con satisfacción porque los temas de la calle se desmenuzaban en apasionantes controversias que iban formando en el espectador un criterio contrastado, versátil y tolerante. Yo, que entonces comenzaba mis estudios universitarios, sentí un incentivo ante un clima en el que la polémica y el respeto encontraban su equilibrio. Jesús Hermida avivó con sus debates las inquietudes cotidianas y trascendentales de un país que caminaba confiadamente a una mejor convivencia. Cuando aquella docena de contertulios abordaba problemáticas nada ajenas al ciudadano, yo entendía que la sociedad necesita siempre aspirar a nuevos horizontes.
Al periodista onubense no le faltaron ni ingenio ni sutileza para atemperar los ánimos de sus invitados en el seno de enardecidos razonamientos o incluso replicar atinadamente a ciertas osadías. Que la obra de los sabios haga al futuro florecer.
Marco Antonio Molín Ruiz
Huelva
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