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Aparcando entre violadores

22 de Mayo del 2015 - Diego Salvador De La Hoz (Oviedo)

Me resulta curioso cómo se impone la igualdad a las féminas. Haciendo énfasis en la palabra imponer. No, no te irrites tan pronto, dame la oportunidad de irritarte más y mejor, porque esto no tiene desperdicio.

En uno de los países más desarrollados del mundo, sexto puesto según su índice de desarrollo, en el aparcamiento del trabajo, tengo que caminar diez minutos, cuesta arriba, hasta la oficina. El aparcamiento más cercano al tajo es sólo para mujeres y las mujeres ahí tienen que aparcar. Punto. Un aparcamiento al que los hombres no tenemos acceso.

El departamento de personal, junto con el de gestión de bienes inmuebles, afirma que es para evitar violaciones. Y lo dicen sonriendo, mostrando entusiasmados su alto grado de desarrollo.

Me sumo en mis pensamientos ya invadido por la mala leche. Yo fui toda la vida a un colegio mixto, compartíamos autobús, aulas, gimnasio, y en la vida se me ocurrió violar a nadie. Todo lo más... No, no, ni eso. Y eso que vengo de España, del sur de Europa, donde la clase media europea nos mezclamos con África, la puerta de las mercancías ilegales para Europa, la crisis, la delincuencia, las manifestaciones violentas, la corrupción...

Y en los diez minutos que dura mi trayecto de vuelta al coche, voy pensando cómo es posible que algo así esté pasando. Me siento como un semental aislado, a la fuerza, de las hembras, porque no son ellas quienes han decidido aparcar ahí sus brillantes y relucientes coches familiares. Sin embargo, así está el patio. Para evitar violaciones, me dicen. Independientemente de que la dama en cuestión sea guapa o fea, discapacitada o no, embarazada, con hijos, virgen santísima o equis variables posibles, criterios sensatos a la hora de dibujar un aparcamiento para mujeres.

Que se supone que somos gente decente, copón, con ciertos rasgos morales... Al abrir la puerta del coche, todavía en el aparcamiento, veo a una mujer ya en la carretera, acelerando a base de bien, de tal constitución que podría hacerme saltar hasta las muelas del juicio con el menor de los guantazos.

Sinceramente, soy más de la opinión de no poner vallas, invertir esa pasta en educación por unos cuantos años y dejar que cada uno haga lo que quiera. Supongo que no hemos gastado tanto en clases como para no poder pagar más.

En honor a la verdad, añado que no fueron pocas las mujeres que se quejaron de tal ridícula patraña organizativa. Una y otra vez dejan que alguien –en este caso ese alguien es un hombre– decida cómo ayudarlas, cómo protegerlas, cómo hacerles las cosas más fáciles, lo que en el fondo es reducir su independencia, discriminarlas más y, al igual que el proteccionismo hizo en su día, inutilizar bienes preciosos. Cuánto más útiles serían actuando libremente en el mercado, con su propia inteligencia, decisiones y virtudes donde en muchos casos la deficiencia masculina brilla.

Lo que más preocupa, no obstante, es que si los potenciales pervertidos no pueden aparcar en el recinto para mujeres... estadísticamente los tendré a todos en un radio de 800 metros. Mola.

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