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La custodia compartida

23 de Mayo del 2015 - José Antonio Flórez Lozano

“Quítame el pan, si quieres

quítame el aire, pero

no me quites la risa”.

Pablo Neruda.

“La alegría nos protege incluso de coger un resfriado”. Friedrich W. Nietzsche

Desconozco el término jurídico. Me lo imagino como ustedes, pero no voy a entrar en el aspecto legal de este constructo moderno. Sí quiero hacer algunas reflexiones médicas y/o psicológicas que comporta este fenómeno en la sociedad actual. Ciertamente es una necesidad “inventada” para satisfacer necesidades espurias (¿artificiales?) de los padres. Y, sin duda, un castigo de inmensa desproporcionalidad para los niños víctimas de este naufragio. En efecto, la conexión emocional, afectiva y social, esencial para el desarrollo cerebral y la formación de la personalidad, se convierte en conectividad mórbida. El calor del hogar (¡hogar, dulce hogar!) se transforma, en ocasiones, en un gélido ambiente lleno de dolor, miedo, inseguridad y desesperanza. Pero ¿qué es eso de custodia compartida? En primer lugar, paradójicamente, la custodia compartida no existe, ya que cuando los niños están con su madre, la custodia es de su madre y lo mismo sucede cuando están con su padre: sus cuidados, vigilancia, atención y/o percepción, son exclusivos del padre o de la madre que en ese preciso momento está con los niños. Pero si no están juntos los padres, ¿cómo van a compartir la custodia? No comparten nada. En el mejor de los casos, una foto enviada a través del móvil o un mensaje mediante el whatsapp. Los padres se separan y la justicia opta por esta solución salomónica. En ocasiones, los padres utilizan este concepto legal para presionar y conseguir beneficios económicos, sociales o psicológicos (“¡Te voy a hacer la vida imposible! ¡Ahora te vas arrepentir!”). He dicho la utilizan, que es tanto como decir utilizar a los niños como palanca para lograr objetivos económicos. Resultado: las grandes víctimas de este fenómeno son los niños. ¿Y las consecuencias? Eso no importa. Ahora es el momento de mejoras económicas, de encauzar la vida, de vivir mi vida, de nuevos horizontes, de restringir gastos, etcétera. ¡Toma custodia compartida! Esto es, “niños mochila” con cara cariacontecida (más bien triste), que van como las golondrinas de un sitio a otro; una semana para allá, otra para acá. Una solución rápida y superficial a un problema psicológico muy complejo. ¡Y todos contentos! Menos los niños, naturalmente.

Subtítulo: Un laboratorio de psicobiología experimental

Destacado: Nuestros hijos no son responsables de nuestros fracasos, egoísmos, narcisismos, orgullo, vicios, irresponsabilidades o falta de valores El reto terapéutico es posible. ¡Merece la pena! No arranquemos a los niños de su hogar. ¡Nunca nos lo perdonarán!

¿Y las consecuencias médicas y psicológicas?

Hablaba en el subtítulo de un laboratorio de psicobiología experimental. ¿En qué consiste? Los “niños mochila” van de una casa para otra, de unas personas a otras… Así, de forma indefinida. ¿Os imagináis a cualquiera de nosotros, salir de nuestra casa y marchar para otra y volver a salir y otra vez ir?… Y así de forma continuada. Algunos, simplemente, protestamos porque nos cambian la silla en la mesa. Pues bien, este modelo experimental ya fue utilizado con primates en los años cincuenta del siglo pasado (famosos estudios Harry Harlow sobre el apego, el amor materno-filial y el amor en general), para explicar el origen de conductas patológicas como la esquizofrenia, las adicciones, valorar los efectos fisiológicos del estrés y conocer los trastornos del comportamiento inducidos de forma experimental (insomnio, ansiedad, depresión, tristeza, violencia, agresividad, alteraciones neuróticas y/o psicóticas, etcétera). Sin embargo, los padres no sufren este estrés experimental; están en sus domicilios, no participan del estrés del cambio, de esa desaferentación social y afectiva. En la custodia compartida, sometemos forzosamente a los niños al estrés de la “pérdida”. No somos capaces de actuar generosamente, con amor y con empatía con los niños y evitar, de esa forma, este estrés adicional muy potente. Una respuesta generosa sería: “¡Sigue tú con ellos! ¡Lo haces muy bien! ¡Te lo agradezco tanto! ¡Yo te ayudaré en todo lo que pueda para fortalecer la educación y la salud de los niños!”

Tal vez el padre y/o madre generosa pierdan una batalla y, a cambio, ganen la felicidad y la salud de sus hijos. Y ellos se sentirán con una autoestima superior, alimentando su bienestar y moderando el traumatismo psíquico de la separación. Naturalmente, todos los efectos médicos y psicológicos van a depender a su vez de una serie de variables (edad del niño, vínculos afectivos, apoyo social y emocional, personalidad de los padres, educación, factores genéticos, etcétera).

Un estrés insoportable

Sí, un estrés inducido (¡experimentalmente?) y capaz de desestructurar la formación psicológica y neurológica del cerebro de niño. El “niño mochila” sale de su casa (un castigo inmerecido, ¿por qué?); abandona su habitación, su decoración, sus juguetes, su cama, su alimentación, sus vínculos afectivos, sus amigos, sus mascotas, su rutina, sus paisajes, sus olores… Y así, un número indeterminado de microestresores que son capaces de generar emociones negativas (tristeza, rabia, ira, hostilidad/agresividad, frustración, envidia, celos, desconfianza, etcétera). En fin, un río de emociones negativas de caudal inmenso que debilitan la protección y el sistema inmune del niño, haciéndolo mucho más vulnerable frente a la enfermedad. Asimismo, se resiente su equilibrio neuroendocrino (secreción de adrenalina y cortisol, disfunción serotoninérgica y dopaminérgica) y psicoafectivo. El cortisol tiene niveles elevados en las personas más tristes (hasta un 32%) y favorece la aparición de numerosas enfermedades como la hipertensión y los trastornos autoinmunes. La actitud negativa, la insatisfacción crónica y la tensión emocional del niño activan los niveles de cortisol. Este desequilibrio ansioso multiplica por seis el riesgo de padecer cefaleas o alergias y otras enfermedades dermatológicas (dermatitis atópica). Asimismo, debilita el sistema inmune y hasta multiplica por seis el riesgo de sufrir accidentes cardiacos e hipertensión. Todo lo contrario sucede con una actitud positiva y con una mente feliz del niño que se acompaña con una generosa secreción de betaendorfinas con potente efecto antiinflamatorio y de inmunocompetencia. Pero los viajes de “ida y vuelta” del “niño mochila” se convierten en “indicadores” de patologías graves a largo plazo (psicosis, esquizofrenia, “síndrome hiperactivo”, autismo, agresividad, malos tratos, abuso de alcohol, consumo de drogas, trastornos cardiovasculares, cáncer, etcétera). En fin, una bomba de relojería que puede explotar en cualquier momento. ¡Y que explotará! Y mientras se fabrica, ¿nadie lo ve?, ¿nadie lo entiende?, ¿nadie lo desactiva? Al final, entonces, la sociedad se escandaliza y los medios de comunicación también; nos llevamos las manos a la cabeza: ¿cómo ha podido ocurrir? Ciertamente, a partir de este fenómeno de la custodia compartida, podemos estar contribuyendo claramente a la inducción experimental de “niños psicópatas”. El resto será cosa de información indiscriminada, acceso a móviles, uso inadecuado de ordenadores, consultas a Youtube… Y todo por nuestro egoísmo, ausencia de valores, falta de empatía y actitudes hedónicas que impiden encontrar soluciones acordes con las necesidades afectivas y emocionales del niño. Renunciar a la custodia compartida especialmente en niños menores de doce años, reforzando vínculos afectivos con su madre, siempre y cuando asistamos a un comportamiento absolutamente normal y responsable de la madre, es muy importante. El vínculo afectivo “madre-hijo” es un ingrediente fundamental para la salud del niño y está muy documentado científicamente. La afectividad y los vínculos con su padre también son muy importantes y todo ello en un marco de máxima flexibilidad, confianza y seguridad. Un enfoque mucho más saludable que los rígidos horarios impuestos tras una sentencia. Sin duda, la familia es el primer y principal centro de salud. Su objetivo esencial es la educación y la salud integral de los niños. Generar felicidad y contribuir al crecimiento personal en equilibrio y en pleno bienestar físico y emocional. Pero también puede convertirse en una fábrica de enfermos (33% de las familias españolas padecen un estrés patológico) con la anuencia de todos, con el silencio social. Ahí tenemos, por ejemplo, el caso de los niños homicidas; el niño de trece años que mató en un instituto de Barcelona a un profesor e hirió a otras personas. Y esto es una realidad aplastante y sólo se dice: ¡es un caso aislado! La custodia compartida es un laboratorio experimental que puede inducir a medio y largo plazo una disrupción afectiva que cristalizará en múltiples patologías (disturbios psicosomáticos, neuroendocrinos, nerviosos, inmunológicos, sociales, afectivos y de personalidad). Se activan emociones negativas incompatibles con la salud y con el equilibrio de la personalidad, destacando especialmente la ansiedad, la rabia, la frustración, la ira, los trastornos del comportamiento y, tal vez, una sed insaciable de venganza.

¿Y qué se puede hacer?

Parece esencial que más allá de jueces, fiscales de menores, abogados y procuradores, intervengan médicos de familia, profesores y pediatras que conocen al niño desde la más tierna infancia y, por supuesto, también a sus padres. Otros profesionales altamente cualificados como psicólogos clínicos y trabajadores sociales también tienen una alta responsabilidad. Y, por supuesto, también tenemos que escuchar a los niños como grandes protagonistas; naturalmente, en función de su edad cronobiológica. La “terapia familiar” con los padres buscará lo mejor para la salud del niño y de ellos mismos, evitando abrumadores sentimientos de soledad, culpabilidad y oras perturbaciones afectivas, que no se curan con magistrales sentencias. Es más, en un buen porcentaje de casos podemos reconstruir el equilibrio de la familia. ¡Ésa es la solución ideal! Y ello es posible en torno a un 40% de los casos. Es preciso, por lo tanto, agotar todos los recursos terapéuticos para evitar la ruptura familiar. La terapia familiar puede conseguir recomponer los vínculos afectivos, de comunicación, empatía y de comprensión. Y puede conseguir surgir el amor. ¡La llama del amor! Lo fácil, lo más simple, lo más cómodo y lo más barato es romper. Incluso la ruptura se contempla como algo actual, normal, es lo que nos toca. Algunos supuestos amigos/as inciden negativamente en la ruptura, tal vez intoxicados por sus propias circunstancias y expectativas. Les hablan de una nueva vida, de una gran realización, de la libertad, de la disponibilidad, de nuevos estilos de vida, de nuevas compañías. ¿No me ves a mí? Se quedan anestesiados por supuestos amigos/as que desaparecen como un azucarillo disuelto en el agua. Y después, ¿qué queda? Un desierto de soledad y un terrible sentimiento de culpabilidad. Sin embargo, las posibilidades afectivas, la empatía, el perdón y la comprensión del ser humano son inmensas y, en el marco de una “terapia familiar” actúan como medicamentos esenciales para que surja de nuevo la afectividad. Hay que vencer el tsunami del pensamiento negativo.

La burocracia y los procedimientos legales, cuando sean necesarios, habrán de ser posteriores a intervenciones terapéuticas que buscan la seguridad del niño y la satisfacción de todas sus necesidades psicoafectivas. Educar es sacrificio y, en este sentido, todos debemos de renunciar a nuestro orgullo, fantasías, imaginaciones, arrogancia, egoísmo y narcisismo. En este conflicto, el orgullo personal no sirve, la irracionalidad y/o emotividad tampoco. Si de verdad queremos a nuestros hijos, habrá que renunciar a nuestras prebendas, incluso a algunos derechos. ¡A todos los derechos! La apuesta se lo merece. Al fin y al cabo, ¿no damos la vida por nuestros hijos? Pues bien, éste es el momento de demostrarlo. Es el instante de dar amor a cambio de nada… Mejor dicho, a cambio de una inmensa felicidad de nuestros hijos. Ellos se lo merecen, no son responsables de nuestros fracasos, egoísmos, narcisismos, orgullo, vicios, irresponsabilidades o falta de valores… El reto terapéutico es posible. ¡Merece la pena! No arranquemos a los niños de su hogar. ¡Nunca nos lo perdonarán!

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