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Cuestión de derechos

26 de Mayo del 2015 - Pedro Manuel del Rosal Cimadevilla (Gijón)

Vivo en Gijón y recientemente ha habido un acto electoral de Podemos, por cierto con mucha afluencia de personas. Por curiosidad, ya que en los mítines no se entra en detalles de programas electorales, he accedido a sus propuestas municipales leyendo su programa en la página web de Podemos Xixón. En el programa aparece la palabra "derechos" 32 veces, mientras que la palabra "obligaciones" dos veces, y sólo para referirse a terceros (en este caso, al Ayuntamiento).

En mi posición de ciudadano de base, no considero productivo criticar destructivamente las propuestas electorales de ésta u otra formación. En mi opinión, en período electoral cada formación es muy libre de plantear a la ciudadanía sus ideas para que cada persona las valore y, libremente, con conocimiento de causa, ejerza su derecho de elección votando.

En ese programa electoral me ha llamado poderosamente la atención, más que los detalles de cada una de sus propuestas, el enfoque de las mismas, todas ellas referidas como derechos. Y ése es el objeto de esta reflexión.

¿Por qué para esta formación política por el mero hecho de haber nacido en Gijón una persona tiene que tener derecho a una renta mínima, a una vivienda, a una atención social y, sin embargo, por haber nacido en Burundi o en otros muchos países no necesariamente subdesarrollados no existen esos derechos? Esta pregunta obvia, que muy pocas veces nos hacemos (tal vez por obvia) es la que, a mi juicio, contextualiza la situación y clarifica con su respuesta el auténtico sentido de los derechos de los ciudadanos.

La propia pregunta incluye la respuesta, como el tópico de la pregunta que nos hacían de niños acerca del color del caballo de Santiago. La clave, sin duda, es el nivel de desarrollo del país, y como la propia pregunta lo incluye, en los países subdesarrollados, precisamente por esa razón, los derechos de los ciudadanos son en la práctica inexistentes, porque no se pueden sufragar, y en muchos de esos países el único derecho cuando naces se podría decir, lamentablemente, que es luchar para sobrevivir.

Para entender mejor estos sencillos pero a veces difusos conceptos, permítanme utilizar una historia, que es la propia historia de la humanidad. Hace cientos de miles de años, y tal vez no tantos, la humanidad se limitaba a un puñado de homínidos que de forma agrupada vivían en cuevas y se organizaban para sobrevivir en un entorno tremendamente hostil. En esa organización, las mujeres criaban a los hijos y cuidaban a los mayores y enfermos, mientras los hombres salían a cazar o recolectar para llevar alimentos al resto. Cuando un hombre sano y fuerte sufría una lesión, por un ataque de un animal o sencillamente porque caía enfermo, se quedaba en la cueva, al abrigo de la misma y al cuidado del resto, mientras los hombres sanos salían diariamente a por los alimentos, hasta que los enfermos se reponían y volvían a sus tareas. Y así continuamente, arriesgando su vida cada vez que salían al exterior por los peligros del entorno (sencillamente una tormenta, el ataque de un depredador, desorientarse y no ser capaz de regresar, etcétera, recordemos que no había móviles, ropa ni calzado de seguridad).

En aquella sociedad prehistórica era esencial que cada uno jugase su papel con honestidad. Imagínense a un hombre fingiendo una enfermedad, cansancio o cualquier excusa para no salir al exterior, mientras el resto ¡se jugaba la vida por él! Por no hablar de qué hubiera pasado si, poniéndonos en un extremo figurado, alguno de ellos plantease el derecho a comer y se negase a salir al exterior. La postura del resto hubiera cortado esto de raíz, y todos estaríamos de acuerdo.

Después de muchos años en la cueva, la sociedad evolucionó a lo que somos hoy en día. Nos organizamos en países y dentro de los países existen las divisiones por regiones, comarcas, ciudades, poblaciones, etcétera. Esas divisiones tienen instituciones políticas que son las que a través del poder legislativo organizan la vida de las personas, definiendo las reglas del juego que nos permiten desarrollar la vida que conocemos hoy en día. De este modo, gracias a la aportación y sostén de todos tenemos carreteras para poder desplazarnos de un lugar a otro, tenemos colegios para educar a nuestros hijos, tenemos hospitales donde poder dirigirnos para cuidar nuestra salud, tenemos policía para velar por la seguridad común y el cumplimiento de las normas que nos hemos autoimpuesto, tenemos políticos que dirigen las instituciones y así un sinfín de etcéteras.

Y como tenemos todas esas cosas, insisto gracias a la aportación de todos, vemos como natural disponer de ellas y, llegado el caso, pensamos en las mismas como un derecho, y ahí es donde puede estar el grave error, el gravísimo error de pensar que esos derechos son a cambio de nada. Derechos que se tienen por el mero hecho de haber nacido aquí. Sin pensar que esos derechos que sólo se pueden disfrutar cuando previamente existen y se cumplen con rigor, honestidad y dignidad unas obligaciones. Obligaciones que son de todos y que únicamente con el compromiso de todos se pueden hacer. Porque no podemos obviar que todo tiene un coste, y que ese coste hay que pagarlo, ya sea en el momento de consumirlo o un poco después, demorando el pago un plazo razonable, pero no pensemos que se puede dejar de pagar y consumir gratuitamente.

En la sociedad prehistórica todo era más simple y sencillo, cada uno jugaba el papel que le correspondía y no había discusión. En definitiva, una sociedad es eso y sólo eso: un grupo de personas que se organizan en base a unas reglas para subsistir complementándose y ayudándose unas a otras.

Si queremos algo, hay que ganárselo, hay que trabajárselo, no es suficiente con quererlo y, por tanto, se nos dé por derecho, si no, estaremos acabados (como sociedad y como individuos). No se puede aspirar a que tengamos colegios, carreteras, hospitales, centros de salud si no pagamos impuestos y si no colaboramos como ciudadanos comprometidos, conscientes de la colaboración y la participación de todos (tanto los que más ganan como los que menos y, naturalmente, con proporcionalidad a sus ingresos).

Es por algo tan sencillo como este razonamiento del comportamiento de una sociedad por lo que los múltiples actos desleales, indignos e injustos que se producen contra aquélla son tan graves y deberían ser objeto de la repulsa de todos nosotros. Me estoy refiriendo, por ejemplo, a los actos de corrupción de cargos públicos, que aprovechándose del privilegio que el resto de personas les ha otorgado como representantes públicos se aprovechan de sus cargos para beneficio personal, en las múltiples formas que la corrupción se presenta. Me estoy refiriendo cuando alguien, por muy rico o pobre que sea (y me da casi igual) no cumple con sus obligaciones básicas de ciudadano, como no pagar sus impuestos, también en las múltiples formas existentes (evasión fiscal, no declarar sus ingresos, cobrar en B, etcétera). Me estoy refiriendo a los comportamientos conocidos, tal vez exagerados, pero tópicos, acerca de empleados públicos que, haciendo gala del famoso refrán "sacar una plaza y echarse a dormir", cobran puntualmente un salario público a cambio de un trabajo realizado en ocasiones sin el rigor suficiente. Me estoy refiriendo a las personas que aprovechándose del sistema de protección social exageran o incluso simulan una enfermedad para recibir a cambio una pensión pública. Me estoy refiriendo a aquellos trabajadores que gracias a su unión y fortaleza sindical han conseguido privilegios de prejubilaciones en edad y salario que resultan a todas luces, desde un enfoque objetivo, una injusticia y, por tanto, un agravio comparativo con el resto de trabajadores. En resumen, me estoy refiriendo a los innumerables comportamientos que no podrían ser admitidos en aquella sociedad prehistórica relatada, y que perviven únicamente por la complejidad del sistema actual.

Este sistema de sociedad desarrollada (y hablo de los países denominados desarrollados, como España) es, sin duda, una forma imperfecta de convivencia, pero también, sin ninguna duda, la menos mala de todas las que hemos sido capaces de construir a lo largo de nuestra historia. Deberíamos reflexionar acerca de lo que está bien y está mal, aplicando siempre el concepto básico de sociedad, y no estaría mal en esa reflexión hacer de vez en cuando un ejercicio de imaginación sobre cómo resolverían los problemas de hoy aquellos homínidos de antaño. En mi humilde opinión, serviría para enfocar con naturalidad y sencillez la solución a los mismos y, por lo tanto, una forma de abordarlos con justicia y equidad.

Derechos, sí, ¡por supuesto!, pero siempre con planteamientos realistas y posibilidad de llevarlos a cabo, y sin olvidarnos nunca de que antes están nuestras obligaciones.

Atentamente,

Pedro del Rosal

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