Lo que aprendí de mi padre
Mañana día 8 del presente se cumplirán tres años de la inhumación de mi padre. Sí, tan apegado a su Asturias, la abandonó para reunirse con su Virgen, nuestra Santina, pequeñina y galana en el Día de su Festividad. De él aprendí el significado del corazón, no como órgano muscular, sino como valor, como espíritu, como esfuerzo, como sensibilidad y sobre todo como sentimiento y amor. De él aprendí que por encima del cariño a la familia, también existe un amor al prójimo y que podemos encontrarlo en el interior, en lo más profundo del ser humano; y era él era quien mejor sabía donde se alojaba dicho lugar. Prueba de ese amor al prójimo quiero mencionar a personas como Agustín Matilla y Ángeles, Rafael López y Teresa Mesonero, la familia Milla, Jesús Tapiador y Jesús Siegrist. ¡Qué aptitud innata para descubrir las bondades del prójimo para, a través de su corazón, transmitir amor y cariño! De él aprendí, en las veces que le acompañaba a pescar en su mar Cantábrico, de donde procedía parte de su naturaleza, de su esencia, de su magia; me gustaba observarle a cierta distancia sobre una roca como una prolongación de la misma que afronta los avatares diarios de la vida igual que la roca desafía con firmeza los golpes constantes y perseverantes de la mar; de las cándidas espumas del oleaje recibía esa humanidad, integridad, tolerancia, honradez, bondad y sencillez ; hablaba con la mar, su mar, la contemplaba y se hermanaba en y con ella, pero también sabía que llegaría el día en que la roca sería cubierta por su mar. Y ese día llego, la mar cubrió la roca. De su enfermedad aprendí que también el dolor es dignidad, es decoro pues fue más allá; en su último desafío murió con valentía y entereza y con su sempiterno y admirable semblante, murió con una sonrisa. De él aprendí que vivir sin miedo es vivir libre. Mi madre, mis hermanos y tus sinceros amigos jamás te olvidaremos. Gracias por haber sido mi padre y mi amigo
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