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Nuestros apátridas

26 de Mayo del 2015 - José Luis Álvarez Lauret (Gijón)

El suplemento dominical MAGAZINE que acompañaba a LA NUEVA ESPAÑA del domingo 24 de mayo, publicaba un artículo de doña Ángeles Caso, titulado Nuestros apátridas, referido a los españoles del bando republicano que habiéndose visto obligados a pasar a Francia al final de la guerra civil, pretendiendo no caer en manos del bando vencedor en la contienda y con ello librarse, como mínimo de una pena de prisión segura, cuando no del fusilamiento, resulta que una vez en el país vecino, se vieron confinados en campos de concentración improvisados en playas y sin las más elementales instalaciones donde poder llevar una existencia mínimamente digna. Por si no fuera poco, y para su desgracia, tiempo después, al ser Francia invadida por los alemanes, muchos de ellos fueron trasladados a los campos de trabajo y exterminio que los nazis habían instalaron en distintos países europeos.

Por todo lo que esa gente sufrió, yo pienso que en cierto modo todos los españoles estamos en deuda con ellos. Ya sé, que algunos posiblemente no fuesen trigo limpio, y que llegasen al país vecino con sangre en las manos por más de un delito y atrocidad de las que se dice fueron cometidas durante la guerra, pero la gran mayoría, eran jóvenes que se vieron reclutados por el ejercito republicano y obligados a ir al frente, sin haber matado una mosca en su vida.

Tuve la ocasión de conocer en mis años jóvenes, en mi Mieres natal, a dos de esos hombres, que pasaron por la calamitosa situación de haber estado prisioneros en Francia, y que al no tener delitos de sangre, tuvieron la suerte de poder volver a España sin temor a represalia alguna. Al principio de su regreso, trabajaron en la mina, casi militarizados, y vistos con cierto recelo por quienes entonces cortaban el bacalao en la cúpula del ordeno y mando, tan en uso en aquel entonces. Me contaban tales calamidades vividas, tanto durante el tiempo que duró el traslado a Francia, como después en el campo de concentración instalado en una playa del sur de ese país en pleno invierno, en el que lejos de la madre que esperaban encontrar, se encontraron con la peor de las madrastras imaginables. Aún así, se sentían afortunados por haber podido salvar sus vidas a tan alto precio.

No tuvieron la misma suerte, los muchos otros miles de españoles, a los que la ocupación de Francia por parte nazi al comienzo de la segunda guerra mundial, fueron sacados de ese país y trasladados en condiciones infrahumanas a los campos de exterminio instalados por aquellos bárbaros a las ordenes a mi entender- de un demente.

Por todo lo sufrido por unos y otros, pienso que los españoles en general, estamos y estaremos en deuda con ellos durante mucho tiempo. Para cuantos ya se fueron, vaya mi más sincero deseo de gloria eterna. Para los pocos que aún viven, mi más sincero agradecimiento, respeto y consideración. Que su nefasta experiencia, nos sirva a todos para reflexionar y tratar siempre de evitar volver nunca más, a una situación como a la que a ellos les tocó vivir, consecuencia -en mi opinión- del egoísmo de unos y la incomprensión de otros.

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