De poder a podar: la involución de Podemos
No hace tantos meses algún comentarista comparaba la meteórica irrupción de Pablo Iglesias (bis) al frente de Podemos con “La resistible ascensión de Arturo Ui” de Bertolt Brecht (aparentemente irresistible, en este caso), y ello, dadas sus connotaciones, entre el escándalo de una progresía papanatas.
Hoy la “irresistible ascensión” se ha trocado en una involución imparable. En las expectativas, no sólo por lo que digan las encuestas, sino por lo que ya se ha visto en Andalucía; en la cohesión del experimento; pero, sobre todo, en los contenidos de la oferta.
En efecto, si dejamos a un lado la incesante mengua en las previsiones del voto, que es lo de menos, para constatar la evolución del escenario interno, vemos como éste se ha ido cuarteando, no sólo aquí, con el pucherazo de Somos Oviedo, la salida por pies de los candidatos más auténticos de su lista, y la ruptura con Equo, la fractura en Avilés, la victoria de la minoría regional en Gijón o la presencia en Cudillero de dos candidaturas de raíz “podemita”, sino también con la aparición de pujantes núcleos de contestación en Madrid, Andalucía, Aragón, etcétera, vinculados o no a la antigua izquierda anticapitalista, para llegar al resquebrajamiento del propio puente de mando de la organización con la disputa entre Monedero y los dirigentes más posibilitas y pragmáticos –más de la “casta”, para decirlo en su jerga– como son Errejón y Bescansa, que terminan ganando la partida arropados por la bendición del supremo conductor. Se saldaba así esta contradicción precoz con el triunfo de lo políticamente más convencional y más jerárquico sobre lo más participativo y transgresor.
Pero más que las personas, contingentes al fin, lo importante son los contenidos: hace tiempo dejaban claro, por si acaso, que no eran de izquierdas, porque ése era un concepto “caduco” (?), que no eran republicanos porque eso lo diría, en todo caso, “la gente”, que no eran una organización de clase sino de ciudadanos (?), pero en unos cuantos meses pasaron del impago de la deuda ilegítima, dictaminada por una auditoría pública, a una simple reestructuración de la deuda (sin decir cómo); de la renta básica universal como derecho subjetivo, al salario de inserción; de la nacionalización de las eléctricas, a una simple fijación del precio de la energía recuperando su condición de servicio público; de la nacionalización de otros sectores estratégicos, como telecomunicaciones o transporte, a la regularización de precios y la búsqueda de un nuevo modelo productivo (¿cuál?); de la jubilación a los 60 años, a los 65... mientras otras propuestas iniciales desaparecen: supresión de subvenciones a la enseñanza concertada, fijación de un salario máximo, cierre de las empresas de trabajo temporal, abandono del euro... Nada de eso figura ya.
Al final, el cálculo electoralista y la proyección hacia el centro para arrebatar sufragios al PSOE han prevalecido sobre una transformación verdadera de la realidad socioeconómica.
Cada día, la formación de Pablo Iglesias (bis) poda nuevos contenidos de lo que fue el frondoso árbol de su propuesta cuando las europeas. Es como si el propio nombre del partido, vinculado inicialmente al modo indicativo del verbo poder, se fuera convirtiendo en un uso obsesivo del verbo “podar” en modo subjuntivo.
Los trabajadores, la “gente” sencilla y común, debería sacar sus propias conclusiones de estos hechos y no dejarse deslumbrar por esta nueva élite (¿“casta”?) de politólogos.
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